“Dinero", de Martin Amis: por qué es un buen libro


Portada inglesa de Dinero, de Martin Amis

A mi entender, dos polos han focalizado la narrativa inglesa contemporánea: Ian McEwan y Martin Amis; ambos, por una novela u otra, pero sobretodo el segundo, han levantado ampollas. Y entre la producción novelesca inglesa de las últimas décadas, sobretodo "Dinero", de Amis, ha sido particularmente escaldada por el sector más aprensivo de la crítica literaria y -lo que es para este artículo verdaderamente importante- el público lector. Es lícito, pues, cuestionar el por qué de esa perturbación de las conciencias. En la novela ha de estar, sin duda; escrutemos el tándem horaciano fondo / forma (cito directamente la sinopsis de la edición de Anagrama, que juzgo fiable):


"El inefable antihéroe John Self es hombre de numerosas adicciones: bebida, tabaco, fast food, pornografía, todo lo cual consume en cantidades industriales. Pero su principal droga es el dinero, única forma de cultura que conoce. Sostenida con un ritmo trepidante en el brillante monólogo de su protagonista, "Dinero" es un magnífico e hilarante retrato de uno de los tipos más peculiares que haya producido la humanidad en este fin de siglo: un hombre hecho a sí mismo que, pese a triunfar en su vida profesional, y aunque se consiente todos sus caprichos, carece de un sistema que le permita comprender el mundo en que vive y, consciente de que es así, acaba siendo víctima de su dramática y desolada situación".


En primer lugar sabemos que "Dinero" es una novela de un personaje; no dará pie a ningún tipo de policromía coral y eso ya es -a merced de estos tiempos- un signo de violencia: uno, todas las palabras recaen en un solo hombre. Este personaje, además es un crisol de vicios y deficiencias éticas y morales, así que la violencia es doble: todas las palabras orbitarán en derredor de una encarnación de la propia negatividad del hombre; además, del hombre urbanita y capitalista del S. XXI; es decir, todas las palabras orbitarán en derredor de nuestro propio negativo. Hasta aquí, no obstante, si bien ya tenemos los ingredientes suficientes como para escandalizar al sector más superficial del público, tras calibrar el mundo capitalista en el que participamos, reconoceremos que sí, que tiene sus consecuentes alteraciones sociológicas y este escritor supo aglutinarlas con ojo de lince; la prensa amarillista o los telediarios más venenosos también juegan al mismo juego. Lo que hay de escandaloso en esta novela viene dado por el punto de vista -y, en consecuencia, como se verá más adelante, por el estilo, firmemente marcado por éste-; el punto de vista es lo que precisamente distingue la novela de Amis de un ejercicio de crónica morbosa. La palabra clave es "monólogo": toda la novela es un monólogo. Digamos que Amis se decanta por uno de los dos extremos posible: el primero sería la impostura objetivista que emplean los medios de comunicación (esa prolongación nociva de la retórica rousseauniana de la transparencia); el segundo, el de Amis, un procurar elaborar la encarnación vocal del sujeto acusado que atrae a las cámaras. La diferencia de significación que subyace implícita en estos dos modos distintos de retratar a esa cosa social negativa condensada yo diría que simbólicamente en John Self, es evidente: el modo número uno es un implacable ejercicio de autoridad: el cámara representa en tanto en cuanto silencia lo representado, situando de algún modo al espectador tras un suerte de cristal blindado, como quien vislumbra un mono entre las rejas del zoo; el modo número dos es todo lo contrario: el solidario ejercicio de otorgar la palabra al objeto de representación; lo cual sitúa al espectador en un espacio de igualdad con respecto a esa voz incómoda que increpa todos los males que nos gustaría soterrar llamada John Self; es decir, el espectador queda desembarazado de todos sus artículos defensivos: no tiene capacidad alguna para anular la voz a menos que le resulte tan insoportable como para cerrar el libro. Bien, este es el punto de vista que adopta Amis para conformar la novela; sin duda con el fin de poner al espectador en un brete, en un jaque con su propia conciencia. Y luego, como decía, viene la forma que ficcionaliza esa voz subconsciente, escatológica y acusativa: una prosa acelerada y nutrida de vulgarismos y que refiere muy minuciosamente los matices más desagradables de la psique del protagonista, de sus inúmeras costumbres sexuales, alimenticias y etílicas y de las controversias de su organismo; es decir, tenemos, pues, una forma que pretende recrear una voz que aglomera toda la negatividad del ser humano de la urbe y habla por sí misma sin ningún tipo de paliativo. La estructura del libro es, por lo demás, alocada y -este no es el momento para entrar en disquisiciones estructurales- simplemente inteligente y magistral (véase, por ejemplo, en qué momento de la trama se desvelan datos elementales de la vida de John Self y cómo esa develación no es baladí ni caprichosa, sino -a efectos de trama- evolutiva). ¿Quién resiste? ¿Quién tiene la conciencia suficientemente limpia como poder escuchar atentamente, y en las condiciones que Martin Amis propones, a John Self durante más o menos cuatrocientas páginas?




John Self según una adaptación cinematográfica de la BBC



Sin embargo, por qué dedicar un artículo al efecto descarnado que puede provocar un libro particularísimo y, en cierto modo, ya relevado en el tiempo, a día de hoy, aquí; y, para qué querer ahondar en las causas de ese efecto descarnado. A fin de cuentas: porque considero que este libro y las ampollas que levantó en su momento son definitorias de una de las más altas cotas literarias: causar en el espectador una revulsión moral a través de explicitar sus contradicciones más íntimas -distanciándose así, a través de un inteligente dominio técnico, de esos ejemplos de prensa mórbida dedicada a la exposición de objetos disecados de representación-.

Pero resulta muy etéreo mencionar que el libro de Amis excita una contradicción moral: dónde se ubica y cómo se vehicula esa batalla de conciencia en la lectura. Responder esta cuestión resulta fundamental: con las técnicas antes mentadas el autor bien podría limitarse a vivificar la figura de John Self, eso, como nuestro propio negativo que avanza con la lentitud propia de un zombi a lo largo de las horas de lectura, símbolo de la abyección, cuyo mero paso resultara eso, atacante y recriminatorio; hasta aquí no está delineado ningún conflicto moral; sólo se construyen las pautas de lectura para que su enunciación sea posible: John Self nos incordia, sí, pero, por qué su voz es nuestra voz y eso no nos permite desembarazarnos de él y nos escuece el conflicto que plantea dentro del orden artificial de las cosas en un mundo gobernado por el capital. Dónde está el conflicto, entonces, y qué lo vehicula: por qué su voz acaba siendo nuestra voz.

Creo que hay dos elementos que permiten esa transfusión vocal: uno, que John Self pueda ser considerado -utilizando como método interpretativo el que Rafael Sánchez Ferlosio estableció en su discurso de la ceremonia del premio Cervantes (discurso que lleva por título "Carácter y destino")- un personaje de carácter; dos, que John Self tenga la capacidad de replegarse sobre sí mismo y oír su propia voz crítica y despiadadamente; es decir, que John Self sea, a fin de cuentas, un personaje propio de la modernidad (la modernidad vista aquí en dos direcciones: primera -como veremos en el párrafo siguiente- como ruptura de un universo cerrado y aproblemático generado por los personajes de carácter; segunda -como veremos unos párrafos más adelante- como capacidad autoanalítica y autocrítica de la propia condición que ocupa uno en el mundo, propia de la modernidad entendida a través del fenómeno de la Ilustración).


Martin Amis felizmente joven


Qué son, en primer lugar, según Ferlosio, un personaje de carácter y un personaje de destino, y por qué John Self se encuadra en el primer conjunto. Pues un personaje de destino está, antes que nada, ligado al sentido, sólo posible si el personaje tiene, obviamente, un destino que cumplir (si no, a cuento de qué ser, simplemente ser, personaje u hombre de carne y hueso); destino que, en la narración, sólo puede venir dado por una concatenación de sucesos causales e históricos que abran un abanico inteligible entre el inicio y el fin de la historia, por la ilusión de una teleología. Crear por tanto un personaje de destino, según Ferlosio, oscurece una gran veta de lo real: "En un texto antiguo señalaba yo la acción deletérea del sentido, cuando venía forzadamente impuesto"; "La idea era la de que el sentido anula al contingencia de los hechos, los despoja de su facticidad y los degrada a datos". Como antes apuntábamos, ese "degradar a datos" no es otra cosa que una objetivación fraudulenta, ya dominada por los mecanismos de representación, tan propia de los circuitos sociales de información consuetudinarios y que -a mi modo de ver- ha de constituir la antítesis del hecho literario. Ese "degradar a datos", ya advierte Ferlosio que no incomoda: "Aristóteles, en su defensa del argumento (...) parece buscar la paz del alma, eligiendo, frente a la turbadora turbulencia de los hechos, la limpia e inteligible consecuencia lógica"; es decir, que es perfecta y fácilmente "legible"; que Amis, de buenas a primeras, ya se distancia con repugnancia de toda esa facilidad de lectura.

Por contraposición: "una frase de Nietzsche, que me fue decisiva; ésta: "El que tiene carácter tiene también una experiencia que siempre vuelve". "Y esto significa que si uno tiene carácter, su destino es esencialmente constante; lo cual, a su vez, significa -y esta consecuencia ha sido tomada de los estoicos- que no tiene destino". Es decir, que un personaje de destino no obtendrá una posición reconocida a nivel objetivo dentro de la sucesión de los hechos narrados. Para esta segunda categoría de personajes, sin embargo: "la historieta no es más que un argumentillo ocasional, que se tira después de usarlo, o sea, de haber servido de catalizador de la manifestación y lo que se manifiesta es el carácter"; es decir, que, como antes veníamos diciendo, ese personaje de destino estriba en ser una voz; voz que habla a través de las páginas del libro sin destino ni sentido posible. Y esto, por supuesto, está ligado a la risa: "La manifestación del carácter en su plenitud, que es igual que decir "en su gratuidad", es privilegio eminente de la comedia. La palabra "drama" quiere decir precisamente "acción", y es la acción, la acción con sentido, la proyección de intenciones y designios, los trabajos racionalmente dirigidos al logro de los fines, lo que constituye un "argumento" en el sentido fuerte, y no pertenece por lo tanto al orden del carácter, sino al orden del destino"; pero, como se verá más adelante, a una risa trágica y universal, netamente humana; que -creo- el hombre que mejor la supo captar fue Shakespeare. (Recordemos que, según Aristóteles, además, el drama: ha de relatar acciones de carácter ejemplar llevadas a cabo por personajes de alto rango; pues sólo eso adoctrinará al espectador y purgará su alma. Amis pretende lo contrario: no adormecer, violentar el alma a través de trabar un puente entre la abyección y el sin sentido de John Self y el lector). (Recordemos también que, en "Dinero", el argumento es una historieta: mezquindades, banalidades, obscenidades reiteradas que sólo sirven para vehicular la voz de Self, John Self, a lo largo del libro).

Ferlosio, en su discurso, sapiencialmente la emprende contra Hegel. Desde la perspectiva Hegeliana, el personaje de destino participa en la historia y la moviliza positivamente hacia un fin y, por tanto, para Hegel, ""felicidad" encarece a menudo situaciones anímicas de cumplimiento de designios, de autoafirmación del yo"; "ya están contentos, ya tienen algo por lo qué luchar. Hemos entrado en el deporte "agónico", en el deporte con sentido y argumento, y, por tanto, en el orden del destino"; Así: ""lo histórico" ha penetrado e inficionado tan profundamente el mundo de la vida, que se ha apoderado de casi todas las cosas y hechos de los hombres". Y, aquí, arremete Ferlosio: "no eran hechos gratuitos o fortuitos, sino que tenían una causa, una causa defectible, que esperaba escondida entre los pliegues de los días; y esa causa -que no parece causa- era que tendría que morir en el campo de batalla, despanzurrado por una bala de cañón. Tal es la perversa voz del destino". Es decir, que, según Ferlosio, esa "felicidad" estriba en la anulación de la voz; la "felicidad", la "facilidad de lectura", estriba en la sordera, en entender y aceptar el orden de lo real sólo si éste se parcela y categoriza lógicamente y embrida un sentido y un destino; cuando, en verdad, eso precisamente nos socava y empobrece, nos reduce a seres "despanzurrados" inexorablemente "por una bala de cañón". (Recordemos que John Self, tal y como se nos dice en la sinopsis de la edición de Anagrama: carece de un sistema que le permita comprender el mundo en que vive; es decir: John Self es un personaje posicionado irremediablemente fuera de la historia y sus progresiones; por ende, un personaje "feliz", que habla sin sentido ni destino: un personaje de carácter; y, como el Quijote, para marcar tal escisión histórica, ha de ser un personaje que aglutine toda la negatividad de un tiempo histórico concreto: el despilfarro de dinero, fast-food, sexo desenfrenado, alcohol; todo eso; o novelas de caballería).

A sazón de esta embestida contra Hegel, las frase final del discurso de Ferlosio: "el argumento se quedó parado y sobrevino la felicidad"; es decir, la felicidad de ser, la felicidad de hablar, de tener una voz que cuestiona la propia ontología de la voz; y esa voz es incómoda en grado sumo porque advierte que no hay sentido, que no hay destino; y esa voz es la voz de los personajes de carácter.




John Self en su salsa

Decíamos también de la importancia de: que John Self tenga la capacidad de replegarse sobre sí mismo y oír su propia voz crítica y despiadadamente; es decir, que John Self sea, a fin de cuentas, un personaje propio de la modernidad con capacidad autoanalítica y autocrítica de la propia condición que ocupa en el mundo. Esta capacidad crítica es, en mi opinión, el punto álgido de los personajes de destino, lo que verdaderamente posibilita esa trasfusión vocal entre la voz de John Self y nuestra propia voz, la voz de "ese otro, silencioso e implacable, que llevamos dentro y no es posible engañar", como decía Onetti en su famoso decálogo. Es (a mi modo de ver: Ferlosio en este ensayo no lo cita; o al menos no lo cita explícitamente; y por eso desgloso este apartado del apartado de ser un personaje de carácter) una condición fundacional del personaje de carácter que el propio personaje sea consciente de su propia escisión y, críticamente, se debata contra ella (aunque Ferlosio no lo cite, pone como ejemplo de personaje de carácter por antonomasia a Don Quijote: y Don Quijote, a pesar de que esté alienado (recordemos: absolutamente corrompido por el modelo representacional teleológico de la realidad; él quiere ser Don Quijote, reputado caballero, representando ese violentísimo prurito ontológico de "querer llegar a ser uno mismo", que decía Nietzsche) está siempre tocado por el contrapuntístico Sancho Panza, voz de la razón, voz delatora de la tragedia y la escisión; porque Quijote no tiene sentido sin Sancho Panza; y viceversa: son una sola voz y por eso van siempre juntos). Así pues, Self (recurrimos nuevamente a la sinopsis de Anagrama) es: "consciente de que es así"; toma conciencia de sí y clama su contradicción más íntima, su falta de sentido y de destino, como buen personaje de carácter que es. (Recordemos el primer recordatorio de este artículo: en "Dinero", el argumento es un historieta: mezquindades, banalidades, obscenidades reiteradas que sólo sirven para vehicular la voz de Self, John Self, a lo largo del libro; recordemos que en éste artículo también dije: La estructura del libro es, por lo demás, alocada y -este no es el momento para entrar en disquisiciones estructurales- simplemente inteligente y magistral (véase, por ejemplo, en qué momento de la trama se desvelan datos elementales de la vida de John Self y cómo esa develación no es baladí ni caprichosa, sino -a efectos de trama- evolutiva); y ahora se entiende por qué dije todo esto: esa trama evolutiva es la de la propia voz de John Self, que va cobrando autoconsciencia y se va tornando crítica a medida que avanza el libro).

Finalizando ya el artículo, quiero recordar por último que, cuando expresaba el sentido de escribirlo, me preguntaba lo siguiente: hasta aquí no está delineado ningún conflicto moral; sólo se construyen las pautas de lectura para que su enunciación sea posible: John Self nos incordia, sí, pero, por qué su voz es nuestra voz y eso no nos permite desembarazarnos de él. Dónde está el conflicto, entonces, y qué lo vehicula: por qué su voz acaba siendo nuestra voz. Bien: Amis ensambla los dispositivos técnicos necesarios para canalizar y abrir la voz de John Self, y la construye y desata de tal modo que su voz acaba por ser nuestra voz porque nos permite escucharnos más a nosotros mismos, saber que hay de nosotros en nosotros que nosotros no sabemos porque no tenemos herramientas de auscultación lo suficientemente potentes a nuestra disposición muy a menudo (así de infrecuente suele ser la buena literatura en las mesillas de noche de los lectores de hoy día); porque, en el fondo, cada uno de los lectores, se sabe a sí mismo un personaje sin sentido y sin destino. Y esa es al fin y al cabo la posible grandeza de los buenos libros: penetrar los prejuicios contingentes del lector y llevarlo a esa parte oculta de sí mismo; porque los buenos libros conducen hacia la mierda o el cadáver, como el psicoanálisis. Y así los buenos libros producen esa revulsión moral que produjo en su momento "Dinero"; porque esa revulsión moral no es otra cosa que el producto de no escuchar, del silenciar la voz del verdadero sinsentido del yo en torno al cual el hombre no supo construir el mundo; es ese callar; ese no escuchar a esas voces que a fin de cuentas están dentro de nosotros, son nosotros; y las vemos.

Iago Fernández



2 comentarios:

  1. Muy carca se debe ser, como la academia o la prensa conservadora, para escandalizarse hoy en día...

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