La leyenda del corazón comido


Desde la Grecia clásica hasta la contemporaneidad, y con particular hincapié en la Edad Media, es posible identificar núcleos temáticos recurrentes dentro del ámbito de la literatura; dentro de la comparatística literaria, se los denomina motivos. Su tratamiento varía según el género literario, el contexto geográfico o la época, pero su sustrato esencial permanece inalterable; por ejemplo: uno de los motivos literarios con mayor preponderancia en Europa sería el de la ausencia o la pérdida del amado, que arraiga en la península a través de las jarchas pero, a día de hoy, ya se reconoce fácilmente mixturado en multitud de productos culturales. El motivo literario, por tanto, estaría definido en primer término por su carácter fluctuante, global y reinventado.

Hará unos días, cruzando el Raval, tropecé con un suceso de lo más corriente que, como cualquier nimiedad si se plasma con la luz debida, poco a poco me produjo un extrañamiento inquietante. Ocurrió lo siguiente: al final de la calle Joaquin Costa, ya de noche, había una adolescente apoyada contra la cristalera negra y amarilla de un Pans & Company, con falda, suéter y una carpeta de la universidad bajo el brazo, y la vista prendida de una de las bocas del metro de Universitat, esperando, quizá, a alguien. Un palitroque blanco le salía por la comisura de los labios y movía suavemente la mandíbula; cuando pasé justo a su lado, llevó una mano al palitroque y extrajo de entre los labios una piruleta roja, babada y con forma de corazón que centelleó al resplandor de los alógenos del restaurante.


Recreación onírica de la visión

 Hasta que entré en la boca del metro, el suceso no tuvo la menor relevancia: una universitaria que gustaba del caramelo y que se había citado con alguien tras la última clase de la jornada; luego recordé el estudio de un medievalista que acababa de leer recientemente, y la piruleta, la muchacha y su actitud de espera cobraron una magnitud simbólica y el suceso perdió cualquier adarme de banalidad para quedar transfigurado en una estampa de trascendencia universal. Los motivos literarios -y, con ellos, cualquier elemento constitutivo de la literatura- son susceptibles de transferirse a multitud de ámbitos vitales.

Llegué a casa, encendí el PC y husmeé por la red, a ver si existía alguna conexión verificable más allá de lo fortuito entre un motivo literario mencionado por el medievalista aquel y la estampita de la universitaria a la entrada del restaurante de comida rápida.

Parecer ser que la información tocante a la génesis de las piruletas con forma de corazón está bastante restringida -o, más bien, ninguneada: soy consciente de que no es un índice de búsqueda popular-. Los únicos datos que pude escatimar acerca de su constitución fueron que: en 1850, Estados Unidos inicia la producción industrial de caramelos, que en España no se aplicó hasta 1930. A finales de los años 60, catamos las piruletas con forma de corazón.

La pesquisa no había caído en gracia. Dediqué unos minutos a un cigarrillo, que siempre tienen un deje proustiano que estimula la memoria, y recordé que los envoltorios de las piruletas con forma de corazón -o, al menos, los envoltorios que yo rasgaba de niño- tenían impreso en letras blancas un logotipo, FIESTA; al terminar, estampé la colilla en un tarrito ahuevado de piedra y regresé al PC.


Ejemplar clásico de piruleta FIESTA

La empresa FIESTA continuaba en activo, disponía de página web y en su catálogo figuraban las piruletas con forma de corazón (http://www.fiesta.es/productos.asp). En la sección "La compañía", explicaban que la empresa se concibió en España y, efectivamente, su producción se inició alrededor del año 65;  presupuse la posibilidad de que las piruletas de marras se hubieran ideado aquí, en España, y luego se traspapelaran al resto del globo. Pero lo que verdaderamente me interesaba contrastar era si esa piruleta en especial se había ideado a partir del motivo literario del "corazón comido". Telefoneé a la empresa. Hilo musical. Marqué un par de números. Me atendió una voz femenina con un timbre agudo, que no hacía ruido alguno al respirar y emitía sílabas limpiamente, y me preguntó que en qué podía ayudarme. Le dije: "mire, quisiera obtener información sobre uno de sus productos, las piruletas con forma de corazón". "Aham, dígame", respondió. "Vera, quisiera saber si, veamos, si la ocurrencia de hacer esas piruletas tiene que ver con la leyenda del corazón comido; se trata de una leyenda muy difundida durante el medioevo a través de toda Europa, sobretodo en Cataluña, gracias a los escritos de Guillem de Cabestany". "¿Perdone?". "Sí, verá: quisiera saber si esa piruleta procede de la leyenda del corazón comido, más nada". "No...dispongo de...esa información, señor". "Ya, entiendo. Bueno, muchas gracias. Adiós". "...A...diós...señor". Colgué.

No supe quién fue el inventor de esa piruleta ni qué cruce de ideas conjeturó su forma. Por mi parte, prefiero sostener la creencia de que, en verdad, el hombre que imaginó esa piruleta en forma de corazón, conocía el motivo literario del "corazón comido", y quiso, de algún modo, homenajearlo más allá de los límites de la literatura; quizá incluso se tratara de un escritor frustrado que, a su manera, llevó la herencia literaria a su propio terreno, el de la producción de chucherías, y lo consiguió.

Como ya he dicho, un motivo literario muta de múltiples maneras a lo largo de la historia, pero el esquema del  "corazón comido" podría objetivarse así: una mujer, casada, goza de un amante. El marido descubre los cuernos, asesina de algún modo al amante, cocina su corazón y se lo sirve a su esposa, que lo zampa sin pestañear, y a veces incluso elogia un regusto exótico. Cuando el marido el desvela toda la trama, la mujer normalmente se suicida, por ejemplo, arrojándose por la ventana.

Imagen dulcificada del corazón del amante muerto

El motivo trasciende desde las leyendas occitanas del S. XIII y su concretización se atribuye a Guillem de Cabestany; luego se ramifica a través de Bocaccio, en el Decameron ("Messer Guiglielmo Rossigliones dá a mangiare alla moglie sua il cuore de mess Guiglielmo Guardastagno") o la Vita Nuova, de Dante ("Poi la svegliava, e d´esto core ardendo / lei paventosa umilmente pascea: / appresso gir lo ne vedea piangendo"), hasta nuestros días.

No dejan de ser sorprendentes las improbables lecturas que pueden ofrecer los objetos cotidianos con el trasfondo adecuado: ya no una chuchería engarfiada en un palitroque blanco, como tampoco una universitaria mascándola en una esquina; quizá un noble rebanando un pecho, extrayendo un corazón, caramelizándolo y entregándoselo a su querida; y ella, en una esquina, tan tranquila, devorándolo sin saberlo. Y así, por lo menos, lo real, tan pacato, tan austero, nimio y relamido, acaba reventando como una "granada de amargura", que decía Lorca. 


Iago Fernández


7 comentarios:

  1. ¿universitaria? ¿no sería una prostituta?
    igualmente, excelente tu entrada... nunca había oído hablar del "corazón comido"

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  2. ¡Gracias!
    Si algún día sales de noche por Bcn, verás que las prostitutas están más bien cerca de la boquería o, ya muy pasada la madrugada, en algunos portales de la Ronda de Sant Pere; jamás me he cruzado con una -presumiblemente reconocible- en Joaquin Costa, ni mucho menos con una prostituta que cargara una carpeta de la UB. Desestimo, pues, la opción de que se trate de una profesional.

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  3. Esto del corazón comido me recuerda (no sé por qué) a la película de Peter Greenaway El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante. Aquí era la mujer la que obligaba a su marido (asesino del amado) a zamparse al que había sido su amante (aunque como primer plato no era el corazón precisamente lo que le servía).

    Una entrada buenísima. Deliciosa ;)

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  4. ¡Gracias!
    Es una película excelente. Hay alguna otra producción de Greenaway donde también guarda relación la infidelidad con lo estomacal: "El vientre del arquitecto".

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  5. Lo poderoso de los motivos literarios es que lo son independientemente de la voluntariedad del autor (sea de relatos o de piruletas). Es un tanto absurdo pensar, además de improbable, que el diseñador de caramelos conociera previamente el motivo medieval del que hablas (más incluso cuando es patente el desconocimientos de los amantes del dulce de los motivos petrarquistas y dantescos); más bien parece que es el motivo el que está presente en el inconsciente cultural, a modo de universal (local) a priori, y se manifiesta en multitud de formas. Algunas irrelevantes y deliciosas y sensuales.

    Del mismo modo en que es irrelevante que el dueño de las mermeladas Hero supiera o no que Hero se espachurró contra el suelo desde lo alto de una torre, quedando hecha mermelada, tras el homicidio involuntario de Leandro.

    La tradición clásica está sobrevalorada y a Highet habría que colgarlo de los pulgares por pesao.


    Saludos desde el Pérfido Centro Peninsular.

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  6. Obviamente, plantea el conocimiento de la leyenda por parte del creador del dulce como una paradoja: en ningún momento le achaco verosimilitud. Después: "los motivos petrarquistas y dantescos": acabas de decir: "lo poderoso de los motivos literarios es que lo son independientemente de la voluntariedad del autor". Seguidamente: "más bien parece que es el motivo el que está presente en el inconsciente cultural, a modo de universal (local) a priori": me parece que eso sí que es pero que muy discutible desde multitud de puntos de vista y que no tengo por qué compartir ni dar crédito de ningún modo a un presupuesto tan reduccionista. Además: no sé si te has dado cuenta de la comicidad propia del artículo (es decir, que hubiera hecho otro artículo basándome en las mermeladas Hero para sacar a la luz la paradójica y posible relación que puede existir entre Hero, Leando y la mermelada, sólo para ligar la mermelada con el trasfondo cultural, por analogía, sea esto verosímil o no: el objetivo era darle un renovado sesgo a la cotidianeidad).

    Me gusta Highet.

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  7. Desvio acentuado en los estandares del blog. Me la sudan tus ejercicios literarios, como critica algo alucinada y bibliofilicamente mal digerida estaba interesante. Pero oye, bien. Demasiada literatura quiza, poca molleja, pero bien.

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