La elaboración de un libro no concluye hasta que multitud de agentes intervienen sobre el texto original, ya se trate de correctores de estilo, maquetadores o críticos literarios –y en la actualidad, también los bloggers generan su porción de influencia. Teniendo en cuenta el incremento de la cultura y la propaganda visuales en el presente siglo, la elaboración de portadas, por ejemplo, se convierte en un elemento paratextual de primer orden para situar el producto ante los ojos de un lector potencial. Pero, más allá de la función estética o comercial que puedan cumplir estos elementos paratextuales, en muchas ocasiones juegan el papel de canales conductores entre artistas diferentes. Más de una vez, a raíz de una portada, reseña, contraportada o entrevista, descubrí el nombre de un fotógrafo, crítico, pintor, escritor o dibujante que antes me resultaba desconocido. Este artículo en cuestión versa sobre los artistas visuales más sugerentes que he conocido en los últimos años gracias a la editorial Anagrama.
Por ejemplo, es por todos reconocida la novela que “dio el carpetazo a Rayuela”, Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, vencedora del premio Herralde. Su portada se mantiene inalterable en las distintas ediciones que Anagrama ha puesto en circulación: una pintura donde cuatro figuras sin rostro caminan sosegadamente por una playa crepuscular; la más alejada se distingue por llevar enrollada la chaqueta negra que visten las demás en el antebrazo, y lucir una camisa blanca; como paisaje de fondo, un mar allanado y una porción de litoral. En cuanto al tratamiento de la luz, la línea y el color, le debe mucho a un nortemericano que también ilustró diferentes portadas de Anagrama, como la de Amberville, de Tim Davis: Edward Hopper. El autor de la pintura en cuestión es Jack Vettriano, cuyas obras también participan en muchos otros libros del catálogo, como El último libro de Sergi Pámies, de Sergi Pámies. En cuanto a la historia del pintor, tampoco escasea en méritos literarios: escocés de nacimiento, se inició tardíamente en la pintura, dejó la escuela a los dieciséis años de edad y se convirtió en aprendiz de ingeniero de minas. Cuando contaba con 21 cumpleaños, su novia le regaló una caja de pinturas y se dedicó a reformular cuadros expresionistas de Monet (cuyos motivos aún perduran en su producción más madura, como, por ejemplo, las comotivas de paseantes con paraguas) o Poppy Fields. Una vez adquirida suficiente confianza en sus cualidades, poco a poco fue puliendo un estilo inconfundible donde, bajo las reminiscencias de Hopper, retrata estampas influenciadas por los mitos cinematográficos con renovada sensualidad y lirismo. Actualmente es un pintor cotizadísimo.
Otro de los artistas visuales que se injerta en las portada de Anagrama es el fotógrafo André Kertesz, sobretodo en los libros de Enrique Vila-Matas, tal que Exploradores del abismo o París no se acaba nunca. En la primera, nos encontramos con una suerte de terraza separada de la estancia contigua por una mampara granulada, que trasluce un bulto de sombra antropomorfo encaramado a la barandilla; y en una perspectiva un tanto escorada, un cielo revuelto y un mar absolutamente raso. En la segunda, un banco apegado a una barandilla enrejada con dos ocupantes, un hombre cabizbajo, con un bastón y un sombrero estilo panamá, y una figura enlutada eclipsada por un paragüas abierto; de fondo, un río atravesado por un puente con arcadas y una mata diagonal de bosque, descuellada por las edificaciones más altas de la ciudad. Para mayor información, André Kertesz fue un fotógrafo de origen húngaro que destacó en el campo del periodismo fotográfico –a pesar de tener un gusto particular, tal y como muestra la portada de Exploradores del abismo, por las angulaciones extravagantes, desarrollado en la vena artística de su trabajo. Toda su vida estuvo aquejado por la supuesta falta de reconocimiento, a pesar de haber recibido numerosos premios; ironía, por cierto, muy vila-matiana.
Pero uno de mis últimos descubrimientos en materia de pintura, sin duda me lo proporcionó la portada de Saber perder, del novelista David Trueba, ilustrada por Josep Santilari, donde encontramos en incorruptible blanco y negro el cuerpo de una joven desnuda acostada boca abajo en la cama, con la manta enroscada en las tibias y el brazo caído hasta el suelo, sosteniendo con gesto abúlico un teléfono móvil donde, a sazón del título de la obra, SMS..., se sobreentiende que está leyendo un mensaje. La obra participa de una estética realista –que no me atrevería a calificar de híper- y destaca por la pulcritud lineal y un fantástico dominio de los focos lumínicos y su definitoria incidencia sobre los cuerpos. Sin embargo, aunque en la edición de Anagrama figure como autor de la portada Josep Santilari, cabría apuntar una extravagancia, y continuar con la línea de guiños literarios en la vida de esta serie de artistas: presenta todas sus obras junto a su hermano gemelo, Pere Santilari, y en ocasiones las realizan conjuntamente. De un tiempo a esta parte, no obstante, si bien los gemelos manejan un estilo similar, uno de ellos se ha decantado por las figuras humanas y el otro por el paisaje.
Por último, haré referencia a uno de los artistas nacional que más aprecio y, si mal no recuerdo, ya he mencionado en algún que otro artículo para este blog: José Manuel Ballester, autor de la portada del cómputo novelístico Antagonía, de Luís Goytisolo. La obra lleva por título Las Meninas o El espacio de las meninas, pues se trata de una intervención fotográfica sobre la pintura magna de Velázquez, que consiste en barrer las figuras humanas y reconstruir el espacio vacío que quedaría tras ellas. La obra es una primorosa lectura de la materia velazqueña, donde precisamente la flotación del aire y la luz resultan quintaesenciales. La misma intervención la realizó sobre “El jardín de las delicias”, de El Bosco, o sobre “El tres de mayo de 1808 en Madrid”, de Goya. Todo el trabajo de José Manuel Ballester, tanto el fotográfico como el pictórico, gira en torno a la espacialidad de distintas arquitecturas, despojada de cualquier tipo de figura humana y habitada en su defecto por la luz, que espejea como única protagonista. Hace dos años, mereció el Premio Nacional de fotografía.
Sin duda dejo en el tintero multitud de artistas visuales que acuñaron portadas de libros, pero, no obstante, este escueto muestrario vale para ejemplificar lo enriquecedora que puede resultar la buena edición de una novela, sobretodo a día de hoy, cuando el aventajamiento tecnológico y material así lo permiten. Todas las obras mencionadas, además, no cumplen nu papel meramente decorativo, sino que complementan activamente la lectura, es decir, la recreación e interpretación del texto original. Por ejemplo, Ulises Lima, Arturo Belano, Piel Divina, García Madero o tantos otros detectives salvajes, se imaginan en multitud de casos vagando por una crepuscular playa mexicana, y con idéntica actitud reflexiva, en busca de Cesárea Tinajero. La ironía extravagante de Kertesz, se emparenta con la risa de Vila-Matas; la composición de Santilari, con la adolescente que inicia “Saber perder”; los espacios arquitectónicos de Jose Manuel Ballester, con los grandes espacios arquitectónicos retratados por Goytisolo en “Antagonía” y, en fin, el barroco juego de espejos de Velázquez, con la macroestructura de la misma.
Estas cuatro portadas, a mi entender, han cumplido una buena función paratextual: conectar positivamente distintos terrenos artisticos e intervenir, matizar y expandir el texto original hacia los cuatro puntos cardinales.
Iago Fernández
Precioso.
ResponderEliminarGracias.
EliminarNunca había reparado en la chaqueta sobre el brazo del "último detective". ¿Qué esconde? ¿A quién temen? ¿Quien se acerca por su derecha?
ResponderEliminar¿Es un crepúsculo en Oriente, o en Occidente? ¿Será un amanecer en Levante?
Y ahora que hablas del trabajo de Ballester, esos espacios clásicos tienen conexiones con las soledades de Hopper
He disfutado mucho esta entrada. Muchas gracias Iago
Creo que caminan demasiado relajados como para temer algo. Teniendo en cuenta los motivos de las obras de Vettriano, y la indumentaria formal de los paseantes, quizá sólo se estén alejando de una fiesta dada en el paseo marítimo. En cuanto al crepúsculo, diría que es occidental, porque toda la obra de Vettriano es sumamente europea, en cuanto a sus influencias. Y sí, salvando las distancias, algo comparten Ballester y Hopper. Como siempre, un placer tenerte como lector, PHSXXI.
EliminarMuy bonito. Yo entre las portadas de Anagrama recuerdo especialmente la ilustración de Laurie Rubin para "Historias mínimas", de Javier Tomeo, y también la foto de "Contra natura" de Álvaro Pombo, sumamente inquietante.
ResponderEliminarEs cierto, la portada de "Contra natura" es inquietante. La de Tomeo no la conocía, pero también es sugerente. No obstante, no me gusta en absoluto la prosa de Tomeo, y de Pombo sólo leí dos libros, de modo que no puedo juzgar convenientemente... Pero sí, las portadas molan, Daniel ^^.
EliminarMuy interesante. Habrá que estrujarse el cerebro para igualar a esas portadas.... los que pensamos publicar un libro.
ResponderEliminarGracias.
ResponderEliminarSuerte con el libro.