Recuerdo a Peer Gynt, el aldeano
adolescente del drama de Ibsen. Recuerdo la conversación que mantiene con
el rey de las montañas, un troll que le habla de la extraordinaria capacidad
visual de los trolls, seres que son capaces de ver una doncella allí donde tan
sólo hay una vaca. Para comprobarlo, el rey le sugiere al joven aldeano que se
someta a una operación de ojos con la que conseguirá la visión troll. Pero Peer
se niega: “Estoy perfectamente dispuesto a jurar que una vaca es una hermosa
doncella, pero quedar reducido a la condición de no poder distinguir la una de
la otra, a eso nunca me someteré”.
La literalidad es el cáncer de
nuestro tiempo. Pensad en la pregunta que William Blake se refirió a sí mismo:
“Cuando sale el sol, ¿no ves un disco redondo de fuego semejante a una guinea?
…. Oh, no, no –contesta-, veo una innumerable compañía de la hueste celestial
gritando ‘Santo, santo, santo es Dios Todopoderoso’”.
La alucinación trascendental que
sufre Blake es conocida como la doble visión del poeta, que no mira con los
ojos, sino a través de ellos, y que capta lo metafórico más allá de lo literal.
Por este motivo Peer rechaza la invitación del rey troll: no quiere ver
únicamente la doncella allí donde hay una vaca, pero tampoco quiere ver siempre
una vaca allí donde podría haber una doncella. Esa reducción de las
posibilidades supondría caer en la visión única, pobre y unilateral del
literalismo. Lo que Peer desea es ver lo que pueden captar quienes tienen
talento poético: el sol que también es una hueste celestial y la vaca que
también es una doncella. En definitiva Peer quiere residir en el terreno de la
ambigua realidad daimónica y poseer la condición cambiante de la metáfora
revelada.
Aún recuerdo las palabras de un
amigo aficionado a la poesía clásica. Le hablé de la inteligencia de un
conocido que se dedicaba a escribir poemas y él me detuvo. “No. La inteligencia
o no inteligencia no tiene ninguna importancia en el caso de un poeta. Sabes
tan bien como yo que se está poseído por los dioses o no se escribe nada”.
Quiero creer que esta afirmación es un hecho, y entiendo que el lector no lo
interpretará, a tenor de mis palabras, de manera literal.
Hace unos días decidí emprender la lectura de las primeras obras de Shakespeare. En concreto de Venus y Adonis, una de sus primeras obras de largo recorrido, y de La violación de Lucrecia, texto que escribió a continuación. Esta elección se debió a la lectura de un ensayo de Patrick Harpur que me remitió a un comentario de Shakespeare elaborado por Ted Hughes. Estas son mis fuentes y no voy a hacer otra cosa que parafrasearlas –y ampliarlas cuando sea necesario- para revelar algo que, según creo, es de interés. Quede claro aquí que las opiniones y las revelaciones no son, en absoluto, mías.
Primero, repasemos el argumento
de ambas obras. Venus y Adonis es la
reescritura con variaciones del mito homónimo. Según la tradición, Adonis parte
su vida entre dos mujeres. Un tercio del año lo pasa con Afrodita y otro tercio
año lo pasa en el Hades con Perséfone, el reverso de la diosa en el inframundo.
El resto del tiempo lo utiliza para descansar del meneo. Según Robert Graves,
la tragedia arranca cuando se rompe este equilibrio. “Afrodita no jugó limpio.
Valiéndose de su mágico ceñidor, convencía a Adonis de que le dedicara a ella
el tiempo del que podía disponer para sí mismo, escatimara la parte que debía
pasar con Perséfone y desobedeciera a los dioses [Que habían determinado la
tripartición]”. Naturalmente, esto enfureció a Perséfone. Para vengarse le
contó al amante de Afrodita, Ares, que ésta prefería acostarse con un simple
mortal antes que con él: “Es un simple mortal, ¡y además afeminado!”. Por
supuesto, Ares vio su virilidad herida y se puso celoso. Adoptó la imagen de un
jabalí, apareció ante Adonis y lo destrozó delante de los ojos de Afrodita.
Shakespeare elabora una variación
de este antiquísimo mito. En su obra, Adonis rechaza el amor de Venus-Afrodita
y se convierte en un hombre casto y puritano. Esta variación desvirtúa los
posibles celos y motivaciones de Ares. Shakespeare, escritor hábil, sitúa la
ofensa sobre Afrodita. El ego de Adonis rechaza a la Diosa del amor y prefiere
la castidad a la entrega sensual. Este rechazo, desde el punto de vista de la
tradición, implica la pérdida de la propia alma, pero también el punto de
partida del recorrido iniciático que permite su posterior unión con el ego. Así
lo explica Harpur: “El sueño de muerte y renacimiento que señala a una persona
como poseedora de la vocación de chamán es paradigmático de la situación de
todo individuo cuando el ego rechaza el amor del daimon personal, del sí-mismo
o (como lo he estado denominando) del alma”. En palabras sencillas, el alma
busca la unión con el ego a través del amor. Si el amor se rechaza, el alma
sigue buscando esa unión “hasta que no tiene otra opción que lacerar al ego con
la locura y la muerte”. Se habla de sueño de muerte y renacimiento porque esa
locura y muerte de Adonis también es una experiencia iniciática: No hay
revelación sin sufrimiento y la unión del alma con el ego puede producirse
también cuando se produce la ruptura catastrófica que Shakespeare representa en
Venus y Adonis.
En el caso de La violación de Lucrecia, estamos ante
una obra-espejo. Este es el argumento: En la antigua Roma viva la casta y pura
Lucrecia. Cierto día, recibe al príncipe Tarquino, un amigo de su marido. La
lujuria enloquece a Tarquino que, subyugado por la belleza de Lucrecia, se ve
obligado a violarla y huir. Ella confiesa lo ocurrido, se suicida, y Tarquinio
es vilmente desterrado.
El lector atento habrá notado que
se trata –por utilizar un lenguaje riguroso- de una versión simétrica e
invertida de Venus y Adonis. Ya no es
la diosa la que ama a un hombre que la rechaza, sino la casta mujer endiosada
que rechaza a su amante. Naturalmente, en ambos casos, por la misma mecánica de
la tragedia, aquel que rechaza el amor es destruido.
Ted Hughes señala que el resto de
obras de Shakespeare contienen la semilla del mismo mito. Efectivamente, en Hamlet, El Rey Lear, Coriolano, Otelo y
muchas otras, los héroes rechazan a quienes les aman y eso les conduce a la
“locura” –entre comillas porque estoy generalizando-.
Al principio de este texto
hablábamos de la doble visión del poeta. Aquí tenemos un ejemplo claro, por lo
menos desde el punto de vista de la estructura simbólica. Naturalmente, la superioridad
conceptual de Shakespeare es abrumadora y difícilmente igualable. Pero
considero que tanto su percepción estructural y su capacidad lírica (entre
otras) deben mantenerse como faro para los escritores de hoy en día. ¿Por qué
Shakespeare el chamán? ¿Por qué la doble visión desde el punto de vista de la
estructura? Según Ted Hughes, el primer poema largo de Shakespeare, Venus y Adonis, “refleja su renacimiento
chamánico [como poeta] al servicio de la Diosa, la forma onírica del conmocionado
acontecimiento psicológico que fue la fuente de su inspiración poética”. Según
Patrick Harpur a partir de unas palabras de Hugues (no encuentro la referencia,
pero la idea se sostiene por sí misma y es muy sugerente), Shakespeare
representa un papel clave en el contexto histórico de la Inglaterra de Isabel
I, en la que se encuentran en disputa, precisamente –y no es baladí-, catolicismo y puritanismo. Shakespeare trabaja las formas arquetípicas de
catolicismo y puritanismo y las pone en juego en las dos obras que hemos
comentado. “En Venus y Adonis, la
Diosa del Amor es vista a través de la lente puritana de un joven protestante
que, naturalmente, profiere injurias contra lo que considera una demonia
peligrosa y lasciva; en La violación de Lucrecia, el joven dios guerrero es
visto a través de los ojos de la diosa como un maníaco enloquecido por la
lujuria que la destruirá. Adonis teme por su alma igual que Lucrecia teme por
la suya”. La representación ritual de la caída de ambos es lo que permite
suponer que “la visión del conjunto de las obras de Shakespeare, como dramas
rituales, tratan de sanar a nivel imaginativo la escisión de la psique
inglesa”. Sencillamente impresionante. Aquí necesitamos a alguien así.
Víctor Balcells Matas
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