Un enfermo de cáncer se apropia del mundo y lo describe. “Bajo el signo de Marte", de Fritz Zorn


Sostengo que llegar a comunicar la concretización de una visión particularizada de la realidad es el resultado último de un buen libro de literatura. Y que no es absolutamente necesario desarrollar una historia en primer término para alcanzarlo.

Tengo por excelentes relatos los relatos de Roberto Musil, por ejemplo. Ahora mismo me viene a la mente su libro Uniones, ya desaparecido pero publicado hace décadas por la editorial Seix-barral. En el primer relato Musil emplea alrededor de unas setenta páginas en describir líricamente las circunvoluciones del pensamiento de una mujer en lo tocante a su concepción sobre la fidelidad marital, y cualquier tipo de apreciación espacio material sólo tiene la función de ampliar la inteligibilidad narrativa y causar un sonado efecto contrapuntístico. 

Recuerdo otros piezas de este cariz: La mayor, de Juan José Saer, o la novela La modificación, de Michel Butor, o varios relatos de Samuel Beckett. 

A día de hoy sin embargo, este tipo de literatura está en franca decadencia; y con razón, porque la sociedad contemporánea no tolera un mundo no-historiado es decir, carente de una cadena de causalidades que justifique su devenir por nefando que sea y convierta la experiencia de estar-en-el-mundo en una experiencia aproblemática o lo que lo mismo, que le arrebate su condición de experiencia.    

Basta con ojear el catálogo de novedades de cualquier librería, seleccionar uno de los libros y leer las líneas de la contraportada: siempre se pondrá de manifiesto una historia a poder ser, urdida con una retórica tan manejable como vana, y pocos libros contemporáneos desafiarán la primacía de esta lógica literaria. El autor argentino Sergio Chefjeck por ejemplo, es una de las últimas honrosas excepciones que he localizado porque sus libros contienen toda la espontaneidad de un paseo y son tan arriesgados como detenerse a no hacer nada más que tomarse muy en serio la desprestigiada tarea de observar el mundo.

Y no hay que especificar a estas alturas que, aunque cada libro sea personal e intransferible por las particularidades que sin duda contiene, ese modo, digamos, historiado de representar la realidad es en sí mismo limitante y homogeneizador una vez instaurado como patrón de corte oficial de la industria literaria.

Por eso me alegré sinceramente cuando encontré Bajo el signo de Marte, de Fritz Zorn, publicado por Anagrama en su colección "una vuelta de tuerca". 




El libro cuenta lo siguiente: cómo Fritz Zorn -el pseudónimo del propio autor del libro- está a punto de morir a los treinta y dos años de edad por causa de un cáncer o algo muy semejante a un cáncer y decide buscar las raíces de la enfermedad en su propia vida, intuyendo que puede derivar de una neurosis depresiva adquirida a su vez durante una estricta educación alto burguesa. 

El planteamiento es biográfico: el libro rastrea la gestación de la enfermedad desde que el autor tiene memoria hasta que se encuentra al borde de la muerte, con un pie en la tumba y una mano en el papel. Y en apariencia, dicho esto, se podría pensar que se trata de una narración con historia, y estructurada ortodoxamente es decir, estructurada a través de un comienzo, un desarrollo y una conclusión; y por lo demás aún encima, tratada con la tácita aspiración a la verosimilitud que implementa este tipo de construcciones causales.  
  
Nada más lejos. El libro desafía patrones. No aspira a construir ninguna historia, mucho menos objetiva e imparcial a la manera cientificista -que sería lo que se podría esperar en una libro con este trasfondo temático y vital- como si la enfermedad fuera la consecuencia directa de una serie de móviles localizables que se conjeturan con armonía en el espacio y en el tiempo. No.


Células tumorales que habitaron el cuerpo de Zorn


Varios elementos distancian -narrativamente- a Zorn de historiar la realidad a través de archiconocidas fórmulas realistas.

En primer lugar, aunque la primera parte del libro sigue una cronología lineal, Zorn advierte que más de un acontecimiento está flotando en el tiempo y es incapaz de distribuirlo ordenadamente en su memoria convirtiendo por tanto esta primera parte, en una suerte de panorámica inmanente del hogar de su infancia, sus años de escuela y universidad. No hay historia ni causalidad por ninguna parte: el narrador se desplaza sincrónica y diacrónicamente sobre equis sucesos o ejes reflexivos -que ni siquiera escenas; el libro roza el género del ensayo- y reflexiona sobre ellos en una o varias ocasiones, según arrojen mayor o menor luz sobre los mismos los sucesos posteriores o la evolución de la conciencia del propio Zorn con respecto a su vida.

Es muy destacable también la estructura general del libro, formada por tres partes, las dos últimas de una extensión considerablemente inferior a la primera, de unas ciento cincuenta páginas. El giro que toma la narración es imprevisible y extraordinario a partir de la página ciento cincuenta y tiene una viveza y una naturalidad que un programa narrativo causal e "histórico" -en esta época y a estas alturas- difícilmente podrá reproducir. El giro, claro, no está en la historia a menos que, como en los relatos de Musil, consideremos que estamos asistiendo a la historia de una conciencia que agoniza y muda de concepciones y temperamentos.


Una de las pocas imágenes que existen de Zorn


Y por último, lo que más me ha impresionado de todo el libro, la estricta labor de síntesis biográfica. 

Para abordar una narración de tales características, se esperaría que Zorn recreara el contexto alto burgués en el que se crió y allí buscase la génesis de su enfermedad pero no. Zorn tiene la enfermedad y la asume y focaliza su vida exclusivamente desde la enfermedad de tal modo que su biografía no es ya su biografía sino la biografía de su enfermedad y el contexto burgués le importa bien poco y de su vida, la vida de sus hermanos o la vida de sus padres, en detalle, no sabremos nada. De su infancia a su muerte precoz, Zorn se limita a repasar cómo ha ido floreciendo el cáncer en su vida o mejor, cómo cree que ha ido floreciendo (siempre recalca: cree, porque no hay nada asentado ni a fin de cuentas, una solución objetivable, sino sólo la pura rebelión escritural).

A esto me refiero con la recreación de una visión: el mundo enfocado desde un prisma absolutamente particular; o lo que es lo mismo, el mundo enteramente subjetivado sin ningún tipo de claudicación ante un código de verdad consensuado.

Ferlosio diría que, como el Quijote, el narrador de Bajo el signo de Marte es un personaje de carácter y no de destino: no se encamina hacia una finalidad concreta y sufre un proceso de transformación camino mediante, sino que boga sin sentido ni destino y sólo es capaz de focalizar el mundo a partir de su propia problemática por otra parte, irresoluble. 

Por todas estas particularidades, se puede afirmar que Bajo el signo de Marte es una novela sin historia pero que en su lugar, arroja una visión de la realidad sólo suya y eso, a día de hoy, creo yo, duplica su valor. 

Vitoreo que Anagrama haya inscrito este libro en su colección de narrativa, dando a entender que la literariedad no está ni mucho menos en contar "historias".  



Iago Fernández

3 comentarios:

  1. "...y son tan arriesgados como detenerse a no hacer nada más que tomarse muy en serio la desprestigiada tarea de observar el mundo."

    Esta frase condensa una forma, no ya de escribir, sino de vivir.

    Buscaré el libro. Gracias por la recomendación.

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  2. Gracias. Muy duro, el libro; y caro. Pero vale la pena.

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  3. Excelente reseña. Hace muy poco terminé de leer el libro; me lo devoré. Verdaderamente apasionante, durísimo, pero la serie de golpes y nudos en el pecho no te hace desprenderte del libro, sino al contrario: aferrarte a él. Totalmente recomendado.

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