Hace unos meses publicamos una reseña dedicada a un autor joven español. Puesto que conocemos las suspicacias que dominan el mundo de los blogs de crítica en Internet, nos propusimos escribir reseñas ceñidas estrictamente al texto que ofrecieran información técnica y contextual para los lectores y que evitaran, en la medida de lo posible, las grandilocuentes afirmaciones-sin-argumentar que suelen prodigarse en otros blogs de crítica (y en la prensa escrita, como es notorio), y que lo único que consiguen es acrecentar la impresión de sospecha conspirativa en los lectores de nuestro ámbito geográfico y desprestigiar a los propios autores, muchas veces, de manera injusta. Creemos que esa predisposición hacia el recelo por parte de los lectores no está injustificada. Pero también creemos que es posible invalidarla y anularla ofreciendo únicamente, en contrapartida, coherencia y sentido común.
El libro que quiero comentar lo publica Tropo Editores, una editorial que apuesta con decisión -cosa que es de celebrar-, tal y como lo hacen también Candaya, Periférica o Salto de Página, por autores jóvenes de habla hispana. Se trata de Atila. Un escritor indescifrable, de Javier Serena, una ficción biográfica que recrea los últimos años de la vida del malogrado escritor Aliocha Coll, cuya entrega absoluta a la labor de creación no le valió el éxito en vida y sí una existencia precaria y obsesiva que culminó con el suicidio una vez hubo terminado su principal novela, Atila, publicada a título póstumo en Destino (1991). Cuentan que es el único autor de la agencia Balcells que no logró ningún tipo de notoriedad, pero eso no deja de ser una anécdota trivial. El éxito no puede ser en ningún caso un elemento a tener en cuenta a la hora de juzgar la obra de alguien, como tampoco sus disposiciones vitales, pero pasados los años parece que Coll ha emergido como una figura maldita y si repasamos los artículos que se le dedican en la red encontramos una apabullante mayoría de textos centrados en el retrato de su supuesto fracaso (por falta de éxito) y de su extravagante vida. Merece la pena señalar que Aliocha Coll se inscribe en la tradición del Finnegans Wake de Joyce. Javier Marías, reconocido amigo de Coll, llegó a decir de él que escribía «un tipo de literatura más bien ‘imposible’» que nunca le había interesado mucho (curiosas palabras si consideramos que nos ofreció una magnífica traducción de Tristram Shandy, obra que intencionalmente alcanza una dimensión parecida). El propio Coll afirmó que «siempre hay que escribir como si no se pudiera escribir», y con ello nos ofreció una resumida guía de lectura. No se puede esperar en Atila un encuentro con una construcción narrativa al uso. El manifiesto interés de Coll por el lenguaje pone ante nosotros una obra difícil que no mantiene de manera, por decirlo así, canónica, el centro narrativo, y que se dispersa en múltiples elaboraciones lingüísticas que en ocasiones han sido tildadas de crípticas. La posición que ostenta Atila dentro del panorama literario hispano es parecida a la que ostenta Larva, de Julián Ríos, obra también de difícil lectura. Los apelativos "de culto", "suicida", "extravagante" no aportan nada a lo que, a todas luces, vio la luz en el momento equivocado y en la tradición literaria equivocada (Sospecho que Atila, de publicarse hoy en día, sería mejor comprendida que hace 20 años; el lector español ya está completamente familiarizado con formas literarias que entonces, según pienso, podían resultar ajenas incluso para determinados críticos que consideraban como buena narrativa únicamente aquella que contaba, de acuerdo con principios canónicos, buenas historias. Toda variación, riesgo y juego parecían y parecen todavía, en general, no del todo aceptados en nuestro país).
Atila. Un escritor indescifrable, de Javier Serena, se inscribe en el ámbito de la ficción biográfica, para la que encontramos ejemplos afines en la literatura francesa contemporánea. El crítico Dominique Viart señala múltiples ejemplos de «tentativas de restitución» en dicha tradición que, conceptualmente -aunque no siempre formalmente-, son próximas a la que ofrece Javier Serena en su libro. Así, autores de culto como Rimbaud han sido profusamente ficcionalizados por escritores contemporáneos como Pierre Michon, Alain Borer o Dominique Noguez; lo mismo ha ocurrido con el poeta suicida Georg Trakl (ficcionalizado por Marc Froment-Meurice, Sylvie Germain o Claude Louis-Combet), y así podríamos seguir repasando una larga lista de ficciones biográficas referidas siempre a singulares creadores cuya vida, en alguna medida, se ha visto estrechamente vinculada con su obra de una manera u otra. Podemos fijar el nacimiento de este interés en la tradición francesa con la publicación del excelente Vidas Imaginarias de Marcel Schwob en 1896 (una serie de estampas ficcionales que tratan de recrear aspectos biográficos de personajes cuya biografía es casi totalmente desconocida, como es el caso de Lucrecio o Petronio, autores que por cierto interesaron mucho a Aliocha -sobre todo el primero, juicio que se desprende nítidamente de la lectura de Atila). Viart opina que la escritura de este tipo de obras, en el siglo XX, ha surgido de la intención de alcanzar un «conocimiento más fino de la experiencia subjetiva». Nosotros, desde la frontera, también podemos declarar que esa misma intención existe en España. Este año he leído dos libros excelentes, similares a la obra de Javier Serena y afines a la biografía ficcional: el primero es Los extraños, de Vicente Valero (Periférica), y el segundo es El cielo de Lima, de Juan Gómez Bárcena (Salto de Página), que tal vez en algún momento comentaré aquí.
Pero centrémonos en Atila. Un escritor indescifrable. Para la recreación de los últimos años de Aliocha Coll, Javier Serena emplea un narrador en primera persona que ejerce el papel de observador y del que apenas sabemos nada, excepto que es un periodista de la revista El paseante (entiendo que se refiere a la mítica revista creada en 1985 por Jacobo Siruela, héroe editorial de este blog). Puede parecerse, en cierta medida, al tipo de narrador que Emmanuel Carrère empleó en sus primeras obras (pienso en la biografía de Philip K. Dick) y que luego desarrolló para darle una mayor consistencia dramática (El Adversario o Limonov). En este sentido, pienso que, aun siendo el narrador de Atila. Un escritor indescifrable absolutamente efectivo para el cometido que desempeña, Carrère puede ser un punto de referencia para posteriores evoluciones de esa primera persona vehicular en el sentido dramático. No en otros aspectos.
Javier Serena |
En esta novela, Serena consigue consolidar un estilo en el fraseo que ya esbozaba en su primera obra, La estación baldía (Gadir), y que representa, en mi opinión, uno de los puntos fuertes de la obra. Si en su primera novela podía adivinarse un manejo consciente del ritmo sobre todo apoyado en un empleo variado de la puntuación que le servía para alternar entre largos períodos subordinados y frases cortas con los que conducía al lector de forma casi hipnótica, aquí se mantiene esa habilidad y se mejora al ofrecer una prosa más contenida y menos abundante en adjetivos y símiles o imágenes metafóricas. Esta contención, sin embargo, se consolida pasadas las primeras 30 páginas de la novela. Las primeras 30 páginas adolecen todavía de cierto exceso (la primera frase es ilustrativa: "Siempre reaccionaba de la manera más extravagante") que, según creo, podría ser intencional para investir al texto de cierto tono elegíaco-épico, pero que en todo caso no hace justicia a la precisión mejorada que ofrece el texto en otras partes de la novela, donde el narrador prescinde en gran medida de la grandilocuencia para suministrarla sólo en momentos clave y, así, lograr un efecto más contundente y gustoso para el lector (resulta obvio que es necesario un enfríamiento para que destaque el caldeamiento; o la ineludible utilidad de los contrarios en la técnica de la escritura).
Este narrador en primera persona nos ofrece una clave de lectura que quizá convendría aclarar. Es cierto que a través de él conocemos a Aliocha Coll en sus últimos años de vida. Se detallan con precisión algunos hechos biográficos de carácter general, como podrían ser los últimos dos amores de Aliocha y las consecuencias funestas que implicó tanto el compromiso como la ruptura de los mismos, o la difícil relación con el padre; hay exactitud en la sucesión cronológica de los hechos que llevaron al suicidio a Aliocha. Sin embargo, observo en las elecciones técnicas una predisposición hacia la abstracción de algunos pasajes y hacia el oscurecimiento de otros cuya única intención debe de ser la de esbozar, no tanto un retrato biográfico de una persona concreta, sino el retrato de una disposición del alma, de un arquetipo. Llamémoslo el arquetipo del escritor maldito. Hay pasajes detallados que analizan la interioridad de Aliocha, la obsesión creativa, el aislamiento, el paulatino descenso al infierno. Serena, tal y como Deleuze dijo que hacía Kafka, escribe en «beneficio de las potencias que están verdaderamente actuando en la obra; se diría que otros triángulos que surgen por detrás son más bien inconsistentes, difusos, en perpetua transformación recíproca, o bien porque uno de los términos de las cúspides comienza a proliferar, o bien porque el conjunto de los lados no deja de deformarse». En palabras llanas, y por poner un ejemplo, todas las veces que en la novela se mantienen «conversaciones literarias», nunca se especifica el contenido de las mismas porque, entiendo, serían triángulos inconsistentes, cúspides que de desarrollarse romperían la integridad de la obra. Estas conversaciones, así como otros elementos señalados de refilón, se mantienen latentes y no se desarrollan conscientemente. Sólo hay profusión en el detalle cuando éste aporta de manera manifiesta algo a la construcción del arquetipo, de manera que, a medida que avanza la lectura, el autor logra generar en el lector la impresión de haber trascendido los hechos de la circunstancia concreta (la vida de Aliocha Coll) y de encontrarse en el terreno de la abstracción de lo que ya he definido como una disposición del alma particular que Aliocha encarna a la perfección. Así, quien quiera conocer a Aliocha Coll no encontrará aquí lo que busca (existen obras más prolijas al respecto). Aliocha, en mi opinión, es un pretexto para un análisis más general, un personaje literario en verdad, y la virtud de Serena reside, precisamente, en que el pretexto no sea percibido por el lector como tal.
Podemos dar por cierto que los hechos estructurales de la vida de Aliocha son absolutamente ciertos (la relación con el padre, los amoríos, la historia de la traducción de Marlowe, etc), pero todas las veces que el autor elabora escenas concretas nos encontramos en el terreno de la ficción. Estas escenas concretas están elaboradas con un nivel de detalle que genera la ilusión de verdad en el lector al estar asignadas a la estructura general de los hechos vitales de Aliocha, pero no son más que invenciones muy bien trabadas (algo que dijo Diderot es aplicable a esta obra: «el escritor deberá salpimentar la historia con detalles minuciosos de unas características tan sencillas y naturales, y sin embargo tan difíciles de imaginar, que os veáis obligados a decir: Dios mío, esto es auténtico: nadie puede inventar algo así») que sirven para esclarecer e ilustrar los diferentes momentos en el proceso de autodestrucción del personaje, de acuerdo con la idea de Henry James, según la cual no existe ningún pasaje narrativo cuya función no sea descriptiva y viceversa, con un objetivo último: que la obra sea ilustrativa. Es en esas escenas, sobre todo en el tramo final de la novela, donde Serena logra ilustrar, con un fuerte componente emotivo, la caída y el hundimiento de un fuerza creativa de forma convincente.
Aliocha Coll |
Dicho esto, merece la pena señalar también algunas carencias. No todas las transiciones me parecen bien construidas. Debemos tener en cuenta un hecho importante: estamos ante un escritor en formación, como se desprende de un análisis incluso superficial de las dos novelas que ha publicado. Si consideramos este hecho podemos encontrar razonables algunas irregularidades (quiero señalar una a modo de ejemplo, y también indicar que, en esencia, son muy pocas, pero destacan por un mismo proceso de contraste que aquí habría que eliminar y que en otros ámbitos de la composición, como he comentado antes, resulta necesario. Estas irregulares, en mi opinión, tienen que ver con pasajes en los que el autor todavía no se siente demasiado cómodo. Por ejemplo, en un momento dado del libro Aliocha desaparece. El proceso de búsqueda del desaparecido, una suerte de pequeña incursión en el terreno de lo policial, está construido de tal manera que el lector puede llegar a percibir inverosimilitud. Las pistas y pesquisas no son lo suficientemente claras como para que los personajes puedan dar con Aliocha, y sin embargo dan con él, de manera que de pronto se manifiesta demasiado la presencia del escritor detrás del narrador con el consecuente breve lapso de desconfianza que eso implica).
Otro aspecto que quiero señalar y que ni siquiera es un defecto, sino una petición personal de cara a obras futuras, tiene que ver con el diseño de la estructura de la obra a modo de tríptico (tres partes, siendo la intermedia una larga analepsis que ejerce de catalizador para el lance final). En este caso la estructura funciona y cumple con su propósito, pero pienso que, de acuerdo con lo leído, podemos pedirle al autor más ambición y complejidad en este aspecto de cara a obras futuras.
En conclusión, he encontrado aquí una voz cuyo desarrollo seguiré con interés en lo sucesivo. Recomiendo la lectura de esta obra (y de las obras de autores españoles que he mencionado aquí) para desterrar la idea de que en este país ya no se están gestando escritores interesantes. Eso es falso y es fruto del prejuicio y del resentimiento. Hay escritores que están trabajando con un nivel destacado y que tal vez no llegan a los oídos u ojos o manos de muchos lectores porque carecen de presencia en las redes y en el centro de los trasnochados escándalos del mundo literario. Sin embargo, serán ellos a quienes leeremos en el futuro. Esta es mi convicción. Ora et labora.
Víctor Balcells Matas