"El móvil perpetuo. Historia de un invento", de Paul Scheerbart


«Cuanto mayor es la desesperación, tanto más cerca estamos de los dioses. Los dioses buscan forzarnos a que nos acerquemos cada vez más a la grandiosidad, y no tienen mejor método para hacerlo que recurrir a la miseria. Solo en la miseria crecen las grandes esperanzas y los grandes proyectos de futuro». 

Existe en España un amplio abanico de editoriales independientes que publican literatura de calidad. Tienen entre uno y tres trabajadores y lanzan en torno a diez títulos al año. Con recursos, por lo general, limitados, consiguen construir catálogos de primer nivel. Entre ellas, me llaman la atención, en particular, aquellas que han optado por ofrecer un muestrario ecléctico y dispar. Algunas, las mejores, logran que el lector confíe en el editor a ciegas, nos transmiten la seguridad de que, por raro que sea para nosotros, cada uno de sus libros merece la pena.

Este es el caso de Gallo Nero. En su catálogo vemos un interés predominante por lo anglosajón, pero también encontramos literatura sueca, francesa o japonesa, a autores tan dispares dentro de una misma tradición como Sherwood Anderson y Hunter S. Thompson. Algunas de las obras que publica Gallo Nero denotan un amplio proceso de investigación y estudio por parte del equipo editorial (que consta de una persona, según creo). Y eso es de aplaudir, pues el rescate de obra menor de autores principales requiere de mucha finura y perspicacia y si la cosa sale bien nos permite descubrir joyas alejadas de lo canónico (aunque eso no impide que yo siga creyendo en el canon y en su necesidad). Me llaman la atención, por otra parte, la serie de pequeños cuadernos, libros de bolsillo stricto sensu, que la editorial publica cada cierto tiempo con una vocación que supera cualquier perspectiva comercial. La correspondencia de Malcolm Lowry con su editor (que incluye la fabulosa carta que escribió en defensa de Bajo el volcán, uno de mis libros favoritos, por cierto) es un ejemplo de estricta labor de investigación, de buen gusto y de asunción consciente de que lo más importante aquí no es el dinero, sino el valor de difundir el documento. 




Así que recibí con estusiasmo El móvil perpetuo. Historia de un invento, de Paul Scheerbart, un libro de apenas cien páginas que es toda una delicia para los amantes de la historia de la ciencia y de la literatura apasionada. Pero pongámonos cómodos. Concedámonos el placer de demorarnos y extendernos a placer. Hablemos primero de física. ¿Qué es el móvil perpetuo? Para aquellos que nunca hayan escuchado esta expresión, es necesario decir que, sin duda, se trata de uno de los mayores anhelos de la física moderna. Un logro imposible que, de lograrse en algún momento, podría cambiar el curso entero de la humanidad. Perpetuum mobile, la expresión ya era conocida en la antigüedad y el problema era muy simple: ¿es posible crear una máquina capaz de funcionar eternamente después de un impulso inicial, sin necesidad de energía externa adicional? Hasta ahora, la física tiene la respuesta: no es posible crear semejante máquina porque su concepción viola la segunda ley de la termodinámica. La energía se disipa, por ejemplo en forma de calor, y ninguna máquina podría mantenerse en movimiento eternamente. 





Naturalmente, esta clase de retos han sido siempre un estímulo irrechazable para iluminados e intrépidos. Podemos recordar los siglos de estudio de otro problema irresoluble, el postulado de las paralelas o el quinto postulado de Euclides, para encontrar diversos hombres de ciencia que alcanzaron las cimas de la locura, que entregaron su vida, bienestar y tranquilidad en pos de una quimera. Queda una extensa literatura que lo atestigua (un ejemplo lo podemos encontrar en ciertos pasajes de Gödel, Escher, Bach, de Douglas Hofstadter). 

Paul Scheerbart pertenecía a esta ilustre estirpe de hombres. Escritor y poeta, había mostrado desde muy pronto cualidades de humanista: entre sus intereses figuraban otras disciplinas como la arquitectura (su ensayo Arquitectura de cristal llegó a tener cierta repercusión teórica en el ámbito de la arquitectura expresionista) o la física. En el caso de ésta, entregó dos años y medio de su vida a la gesta de inventar el móvil perpetuo, la máquina que habría de funcionar por sí sola eternamente. 

El libro de Gallo Nero recoge los textos que Schaabert utilizó para documentar los progresos de su investigación y que luego publicó en 1910. Aquí empieza la obra literaria. En primer lugar, se nos explica el concepto de máquina que Scheerbart ha ideado para engañar a la segunda ley de la termodinámica. La esencia de su idea tiene que ver con el aprovechamiento de la gravedad, una fuerza en sí misma perpetua según dice equívocamente el autor. El lector encontrará gráficos y explicaciones detalladas del proyecto. Como si de un juego se tratara, estos documentos invitan, en primera instancia, a tratar de descubrir dónde radica el fallo del invento de Schaabert. Con un poco de discernimiento, en seguida nos damos cuenta de que la máquina inventada por Schaabert nunca podrá ser una máquina de movimiento perpetuo. El fallo casi es pueril. 

Uno de los intrincados diseños de Schaabert


Pero estamos ante una obra literaria y no ante un ensayo sobre física. Lo interesante viene después: tras la explicación del ingenio, seguimos a Scheerbart a través de sus cavilaciones y encontramos en ellas breves destellos de genialidad, a una mente imaginativa y rebelde que, en ocasiones, demuestra una clarividencia sorprendente. 

«Afirmo aquí que lo europeos, y los alemanes en especial, muestran un excesivo respeto por sus eminentes hombres de ciencia ¡Excesivo! En cuanto alguien expresa una opinión medio sensata o inventa algo impresionante se le convierte en una autoridad». 

El esbozo, que luego desarrolla en sucesivas ideas, supone una dura crítica para la ciencia tal y como se entendía a principios del siglo XX, una época en la que tenía gran influencia el Catecismo positivista de Auguste Comte, según el cual la ciencia tiene que ver con los hechos y no con los valores. Fue Robert Merton, a quien Scheerbart menciona como científico que también buscó el móvil perpetuo, quien cuestionó la oposición entre hechos y valores, mucho más tarde, en 1942, y sucesivamente, a lo largo de la evolución de la filosofía de la ciencia, se adoptaron enfoques en los que parámetros como la originalidad empezaron a ser valorados (John Ziman, 2000). No sólo hechos, sino también algo más. A lo largo del siglo XX, por lo tanto, asistimos a una evolución del pensamiento científico (podemos recordar a Larry Laudan o Hilary Putnam) que Schaabert ya prefigura de manera tosca en este exquisito libro y que no es necesario desarrollar aquí. Las palabras del iluminado deben leerse entre líneas y no debe descartarse por exaltado su idealismo; nos habla de gigantescos jardines arquitectónicos, plantaciones en los desiertos y otras invenciones bajo las que subyacen valores como la originalidad y la amplitud de miras y la creencia en la viabilidad de lo imposible. 

El móvil perpetuo. Historia de un invento termina por ser un documento que entretiene por alocado y en ocasiones incluso delirante, y que al mismo tiempo ofrece una perspectiva y un contenido sobre el que cabe reflexionar en profundidad. Por otro lado, además de un libro de coleccionista, puede ser considerado un punto de partida para internarse en el apasionante mundo de las diatribas científicas y el imaginativo mundo de fronteras de la ciencia, donde la especulación libre puede semejarse, en cierta medida, al acto de la creación poética. 


Víctor Balcells Matas

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