"El Pasado", de Alan Pauls

Tengo por costumbre descubrir tarde ciertas novelas: es el caso de uno de los máximos exponentes de la literatura argentina contemporánea: Alan Pauls y su obra El pasado. Esta novela la recogí el otro día intacta de entre los anaqueles de mi casa vieja. La había comprado de adolescente junto a una inabarcable remesa de libros (al menos así está convenientemente anotado en el anverso de su cubierta) y entre el ir y volver de Galicia a Barcelona, la había dejado por leer. No tardé en devorarla más de tres días. Y, como cada vez que ocurre así, suele deberse a dos motivos: 1) a los posibles aportes que su relectura supondría para la literatura contemporánea; 2) a algo aprendido a través del libro, ya sea en el sentido técnico-literario, ya sea en el sentido que atañe a mi vida privada y a las consideraciones que guardo respecto al mundo. Como el segundo apartado lo he tocado en las entrada antecedentes, voy a centrar la presente lectura en el apartado número 1), que además suele ser menos plomizo. 




Puesto que el libro trata del amor de pareja, continúo desplegando el post con un cuatrinomio: de este libro me ha llamado la atención -1)- la disolución de las coordenadas espaciales a favor de una narración focalizada al máximo en el personaje protagonista, Rímini, y -2)- la perfecta delimitación de los perfiles psicológicos –en contraste con el de Rímini y a través del fenómeno amoroso- que entran en juego a lo largo de la novela; -3)- la problematización que supone la trama respecto a la categoría del tiempo –cuya dimensión humana ha sido completamente escamoteada en la narrativa postmoderna, donde los personajes no existen- y -4)- la conclusión. 

En cuanto al punto 1), esta novela me ha recordado –aunque de manera extremadamente edulcorada- a aquel libro de relatos publicado hace ya décadas por Seix Barral, Uniones, de Robert Musil, donde las circunstancias materiales de los protagonistas brillan por su ausencia, el tiempo es una dimensión relativa y prima la transcripción de su flujo psíquico (aunque no se trata de un monólogo interior directo o indirecto, pues todo contenido narrativo está descrito por el narrador, y no expuesto de manera inmediata). La gran diferencia entre ambos, contando con que comparten la mencionada línea de salida, es que Musil, en lugar de narrar una historia, más bien delimita las circunstancias existenciales que constituyen una o dos situaciones distintas y las sondea hasta límites abisales; pero Pauls, que también se compadrea con las franjas abisales de la experiencia humana, encadena una situación tras otra que implican una serie de variantes en el hecho fundamental de la novela: la relación que mantienen Sofía y Rímini después de haber roto, tras doce años de noviazgo, la cual se despliega con una gama de matices despampanante a lo largo de más de 500 páginas. 

Huelga decir que a día de hoy esta vertiente literaria carece de avales y la vida interior ha sido barrida de la faz de la literatura, exceptuando contadas excepciones, como es el caso de mi apreciadísimo Andrés Barba. 




En cuanto al punto 2), cabe distinguir, fundamentalmente, tres comprensiones distintas del hecho amoroso –aquéllas que dominan la primera y segunda partes de la novela-: la de Rímini, la de Sofía, y la de la siguiente pareja de Rímini, Vera. Una vez rota su relación con Sofía, Rímini se descubre como un adulto a la deriva, incapaz de sentar cabeza convenientemente –aunque su vida sentimental no se estanque ni un momento-, que pasará por distintos episodios degradantes debido a la toma de cocaína y de alcohol o a los ataques de estrés, mientras insiste en no recomponer la relación pasada y en encandilarse con Vera, una celópata que lo atrae y repele a un mismo tiempo por ser diametralmente opuesta a su pareja anterior; no parece tener otra expectativa más que seguir adelante cueste lo que cueste, a medias ayudado por la inercia y su fortuna con las mujeres. Sofía, todo lo contrario, se presenta como una persona protectora, perseverante y paranoide, que avasalla a Rímini con notas, llamadas de teléfono o encuentros inesperados -aprovechando cada uno de estos hechos para sermonearle con una actitud a medio camino entre la conmiseración y la suficiencia-, a la espera de que el chico entre en razón y se decida a volver con ella; en este caso, ella no logra –ni intenta- desasirse de su pasado, con pleno convencimiento de que lo correcto sería edificar sobre el mismo las bases del porvenir, y emplea toda su voluntad en recuperar lo perdido. Vera cumple un papel secundario respecto a los dos anteriores, pero igualmente define durante casi la mitad de la novela un complejo triángulo al entrar en relación con los otros dos personajes: celópata compulsiva, insegura y problemática, rastrea cada paso de Rímini a la busca de posibles –que jamás verosímiles- infidelidades, aunque a medida que avanza en su relación vaya templando sus miedos e incluso llegue a encarar de vez en cuando (a veces no sin cierta perfidia) los contactos de su pareja con otras mujeres. 

No hay que olvidar, con todo, que las dos mujeres –y las que las siguen- se perfilan siempre al contacto con Rímini, única figura central de la novela, de tal modo que se ilustran el discurrir, las mutaciones y las construcciones de una subjetividad particular según se vincula afectivamente a otras, a la vez que esto último la influye en el recuerdo y el entendimiento de su pasado y su presente. Se verá, pues, que aquí el amor no es solamente un vehículo emotivo, un dispositivo lacrimógeno o el eje causal de una trama pasional, sino que cumple una función profundamente reflexiva a través de la cual un sujeto, Rímini, cobra forma a ojos del lector. 

Y ahora no quisiera recordar, tras el escarnio de la narrativa postmoderna, la urgencia de problematizar la categoría de la subjetividad y reflexionar de nuevo sobre el paso de un individuo por el mundo así como las formas efectivas en que estas dos instancias se conectan.




En cuanto al punto 3), la trama de la novela está fundada a través de elipsis y algunos requiebros en el tiempo: lo primero cumple la función de encadenar situaciones amorosas significativas -eludiendo por lo común cualquier tránsito entre las mismas que implique un fárrago accesorio al núcleo temático de la obra-, y lo segundo, la de explicar el peso sentimental de una determinada situación ubicada en el presente del relato. Tal composición estructural, también equivale a decir que el presente del relato se sitúa siempre en aquellas circunstancias potencialmente estimulantes para la memoria sentimental de Rímini o, lo que es lo mismo, para la dimensión temporal de la interioridad de Rímini. Tiempo y memoria, tal y como sostenía San Juan de la Cruz en sus ya míticas confesiones, son el sustrato último de la condición humana: ese margen de finitud y, en tanto, de elección y libertad, en el cual nos comportamos y perfilamos ante Dios, símbolo de la infinitud omnipotente y omnisciente; es decir, ese margen en el cual se constituye el sujeto vivo, fungible, humano y deseante a través de las experiencias que confeccionan su interioridad. Con esto en mente, me atrevería a decir que los personajes de la literatura posmoderna son más bien replicantes, precisamente por verse rescindidos de esas losas monumentales que son la memoria y la temporalidad en aras del disparate y el ridículo. 

No sería ocioso, no estaría de más recuperar también este sesgo, y reconocer que un sujeto en el mundo es sólo él y su circunstancia siempre y cuando tengamos en cuenta que una circunstancia significativa funciona como un muelle de espiral: cumple tal característica justo por ser capaz de exceder sus dimensiones materiales, irrumpir en el plano emocional –donde nos causa un verdadero impacto-, quedar registrada en la memoria y a partir de ahí reordenar experiencias pasadas y, en tanto, la manera en que contamos la historia de nuestra vida y concebimos el modo de estar en el mundo. Así es como le afecta a Rímini su relación con Sofía y como le irán afectando sus sucesivos desencuentros con ella. 

Mi conclusión es que he leído una novela incuestionablemente virtuosa de la cual todos ustedes –interesados en el mundo de las letras- tendrían que tomar nota –si es que no lo han hecho ya, pues recordemos que yo he llegado a esta novela, como siempre, tarde-. 


Iago Fernández

4 comentarios:

  1. Hola:

    Estuve tiempo pensando en leer esta novela, hace años. Había gente a la que le gustó mucho y otros que le ponían peros...
    Paul es uno de los argentinos modernos que tengo pendientes. Hace poco me volvieron a recomendar este libro. Se une esta segunda llamada en pocas semanas.

    Creo que lo anoto definitivamente.

    saludos

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  2. Tengo muy buen recuerdo de El Pasado, de Pauls; me pareció muy buen libro...Eso sí, creo recordar que había 100 páginas medio ensayísticas que me pareció que le sobraban...

    Pero un gran escritor, sin duda. Sobre este libro, dijo algo así: "lo escribí deprisa; tarde diez años".

    Trabajado esta, palabra por palabra,

    A ver si pronto tenemos tu ciervo entre las manos:)

    J.Serena

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  3. Jejé, en escribirlo tardó cinco años en los cuáles dijo que se sintió "como un astronauta". Y es cierto, qué bien los rentabilizó.

    Si nada falla, creo que "Como el ciervo huiste" tendría que empezar muy, muy, muy en breves -casi ya- su andadura. Espero yo también hacerme con un ejemplar de "La estación baldía".

    Gracias por la lectura; un placer, como siempre, Javier.

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  4. En breve me haré con Como el ciervo...Preciosa portada, camisetas y bolsas...y Fabio me ha hablado maravillas...Así que felicidades por anticipado...

    PD: he visto que estás con El vano ayer-que me pareció un libro muy inteligente y necesario, aunque no sé si me convenció del todo... Mi último hallazgo, que creo que te gustaría si todavía no lo conoces, fue Crematorio.

    Lo dicho, felicidades por el blog y el libro.

    JS

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