Por esto mueren los hombres; porque no son capaces
enlazar el principio con el fin.
Alcmeón de
Crotona
Recuerdo que nuestro profesor de
filosofía en el Liceo Italiano tenía en el centro exacto de su frente un hueco,
una perforación bélica cuyo origen nunca quiso aclarar. A menudo solía
colocarse frente a la ventana para elucubrar cuestiones de orden celestial.
Entonces, de acuerdo con un mecanismo que sigo sin comprender, el Sol matutino
se reflejaba en la concavidad de su herida como una magia, y de pronto su
frente parecía irradiar un haz de luz. Dios terrenal o ilusionista juguetón,
nos domó con esa clase de golpes de efecto y siempre le escuchamos con
atención. Descanse en paz.
Parece que cierto afán por
compartimentar se esfuerza en ordenar por separado a los autores literarios y a
los filósofos de la antigüedad. De Píndaro sabemos de la hermosura de sus
versos olímpicos, pero nada se nos ha dicho nunca de la plasticidad y altura
poética que conservan los escasos fragmentos que se conservan de Anaximandro, y
si no fuese por Hölderlin y por el placer que siempre transmite toda
idealización, no estimaríamos apenas el nivel que alcanzan las composiciones de
Empédocles de Acragante, aquél que se suicidó arrojándose al volcán Etna. Su
virtuosismo como neologista, el extraordinario dominio que tenía de la
ambigüedad.
Acercarse a la obra de los filósofos
presocráticos implica penetrar en un mundo mutilado que en su desfiguración
ofrece la posibilidad de una figuración. De algunos no conservamos más que
pensamientos sueltos y fragmentarios, referencias de segunda y tercera mano, y
una cantidad asombrosa de divertidas mentiras. Con otros la fortuna ha sido
benevolente y a pesar de los milenios transcurridos podemos darnos por satisfechos con lo que
de ellos conservamos. Resulta curioso saber que gran parte de esos fragmentos
se han transmitido de la manera más precaria y arbitraria. Parece casi un
milagro que hace apenas unas décadas (1962) se encontrara en una tumba de los
alrededores de Salónica, entre los restos de la combustión de un cadáver
incinerado, un papiro quemado que contenía un pasaje desconocido que los
filólogos, tras largas cavilaciones, atribuyeron asombrados al propio
Heráclito. Se conoce como el Papiro de
Derveni y desde hace cincuenta años ha ayudado a engrosar nuestro
conocimiento del filósofo de Éfeso (aquel al que muchos atribuyen falsamente la
expresión "Todo fluye"; falsamente porque esa sentencia es apócrifa,
tan sólo una interpretación realizada a vuelapluma por el propio Platón). De
modo que si tenemos que hablar aquí del valor literario de estos pensadores, habría
que elevar también a la categoría de poético el trabajo de los filólogos que
los estudian (Aprovecho para homenajear aquí a nuestro querido, recientemente
expirado, Agustín García Calvo). Porque
si empezamos a investigar cómo demonios han perdurado a lo largo de más de dos
milenios todas estas ideas, encontraremos tantas historias fabulosas que
podríamos escribir una novela entera. Sirva como prueba otra curiosidad que me
llama poderosamente la atención: Hipólito, un teólogo del siglo III d.C., con
el objetivo de refutar a los herejes, escribió una obra titulada Refutación de todas las herejías gracias
a la cual han llegado hasta nosotros fragmentos originales de varios pensadores
presocráticos. La gracia reside en que Hipólito reprodujo fragmentos originales
al considerar que las herejías se basaban en muchas ideas presocráticas /
paganas. Es decir, que algunos fragmentos han llegado hasta nosotros gracias a
personas que los repudiaban.
Debemos situar a los filósofos
presocráticos en un contexto (siglos VI y V a.C) en el que existían fórmulas preestablecidas, esquemas
y modelos de narración estrechamente ligados con la poesía y la prosa
literaria. No existía entonces un género propio de la filosofía, como pudiera
ser el ensayo o una prosa científica desligada de una métrica, sino que la
especulación filosófica de estos pensadores se manifestaba a través de géneros
tan dispares como la épica, la elegía o la tradición gnómica (aforismos
proverbiales), construidos según esquemas de versificación propios de la
poesía: hexámetros, dísticos elegíacos, trímetros yámbicos y otros. El proceso
de alejamiento y de abandono de los recursos poéticos en favor de una prosa más
fría que permitiera expresar las ideas
sin el condicionante de un ritmo, el número de sílabas o una intención
estética, habría de ocurrir más tarde y paulatinamente. Aunque en muchos de
estos autores ya asistimos a una tensión que busca romper los moldes
preestablecidos, el proceso aún es apenas incipiente.
Ahora bien, de entre los catorce
filósofos presocráticos canónicos, no todos tienen un valor literario igual,
como es natural. (Suponer lo contrario sería hacer una concesión más a la
mitificación que envuelve a estos personajes. Baste decir, al respecto de dicha
mitificación, que todas las biografías que se conservan -un ejemplo muy claro
lo tenemos en Vidas ilustres de los
filósofos ilustres, de Diógenes Laercio- son apócrifas. Una aproximación
académica a su figura obtiene como resultado que no sabemos, en la práctica,
casi nada de quiénes fueron, qué hicieron o cómo vivieron). De Tales de Mileto,
por ejemplo, ni siquiera hay constancia de que alguna vez escribiera algo. En
cuanto al resto de pensadores milesios, cabe destacar, sobre todo, a
Anaximandro, que emplea, tal y como afirma Teofrasto, "términos más
propios de la poesía", siendo su opuesto el caso de Anaxímenes, del que
Diógenes Laercio señala "una dicción simple y sin artificio". Sin
embargo, seis son los fragmentos directos que conservamos del primero y apenas
dos del segundo. Realizar un ejercicio comparativo con tan poco material resultaría
parcial, pero sí es cierto que se pueden intuir vagamente las divergencias
entre ambos. Y estas divergencias explican muy bien el resultado del proceso de
abandono de los artificios de la poesía por parte de los filósofos. Si Anaxímenes
es más pobre en ese aspecto se debe a que se acerca al estilo de los
logógrafos, interesados en la observación directa y en el uso del símil no como
figura retórica sino como elemento demostrativo, algo que concuerda con el afán
de estos filósofos por comprender la naturaleza como una entidad
metodológicamente observable según criterios de pragmatismo científico.
Ruinas de la ciudad de Mileto |
Tras este pequeño conato de
alejamiento de las formas literarias imperantes, la filosofía desplaza su
centro de la ciudad de Mileto a otras ciudades y otras geografías en las que
siguen imperando formas poéticas muy definidas. Debemos pasar por alto la
misteriosa figura de Pitágoras (probable testaferro de un conglomerado de
mentes más amplio) por carecer de fragmentos directos. Asímismo omitimos la
figura de Alcmeón de Crotona, del que sí conservamos cinco fragmentos indirectos
que no nos permiten calibrar su valor como autor literario (la cita que
encabeza este artículo es un ejemplo bastante enigmático). Más interesante es
Jenófanes de Colofón, declarado poeta errante sobre el que versan opiniones
dispares: algunos lo descalifican como filósofo y otros lo celebran como un
teólogo a tener en cuenta. Se encuentra en el límite que separa ambas
concepciones. En efecto, es la elección del verso como modo expresivo lo que no
permite discutir la existencia de intenciones estéticas en su obra. Se sabe que
escribió poemas breves al estilo de los Himnos
Homéricos y que utilizó el género elegíaco para expresar ideas de orden
teológico. Por otra parte, la utilización de figuras retóricas lo desenmascara
definitivamente como poeta; en los fragmentos que conservamos se manifiesta su
pensamiento a través de un enjambre de anáforas, comparaciones y ritmos que no
pueden sino dificultar la expresión pragmática de un pensamiento racional. De
todos los presocráticos tocados por las musas, este es el que menos me gusta. Tengo
más aprecio por Parménides, cuya obra expresada en hexámetros esconde pasajes
de interés lírico y, a la vez, pasajes más prosaicos y oscuros. De esta manera,
algunos lo acusan de haberse plegado a ficciones míticas y otros de ser
demasiado frío e insulso, sobre todo en los pasajes más complejos de su
doctrina (expresada en el poema Acerca de
la Naturaleza). Queda de manifiesto en su figura la dificultad que implica
conjugar un pensamiento racional, preciso y reflexivo con un molde, la épica,
que incita al embelesamiento. El poema es irregular, aunque literariamente
merece la pena destacar los primeros compases, donde el autor hace un uso de la
ambigüedad y el doble sentido tan brillante que habrá importunado a más de un
traductor incauto. Por otra parte, utiliza un recurso bastante interesante: su
doctrina le es revelada en el texto por una diosa que habla en primera persona.
Ciertos críticos han querido ver en este enmascaramiento un intento de
guardarse las espaldas ante las críticas que pudieran caer sobre las novedosas
ideas que proponía el filósofo, aunque parece esta interesante interpretación
una anacronía.
Seguramente sea Empédocles de
Acragante el gran poeta-filósofo presocrático, o por lo menos aquel que logró
conjugar de mejor manera las dos vertientes incompatibles que
hemos manejado aquí. Como Parménides, es un gran conocedor de los recursos
homéricos, pero alcanza una altura poética muy superior. No sólo por una mejor resolución
en el ámbito de la composición sino por su amplio vocabulario y la presencia de
una naturalidad expresiva que, en ocasiones, se ha puesto en duda en el caso de
Parménides. Bajo la forma del poema didáctico logra exponer sus ideas con
extrema lucidez sin que el nivel literario se vea mermado por el requerimiento
del rigor. Pensadores como Aristóteles criticaron dura y paradójicamente su
gran capacidad para la metáfora al entender que ese recurso entraba en
contradicción con la expresión filosófica. Esta crítica resalta aún más el
valor literario que debemos otorgarle al gran suicida.
En este selecto grupo merece la pena
incluir a Heráclito, un pensador que manejó el aforismo tradicional con
vocación oracular. Preciso y seco, voluntariamente ambiguo -al estilo de una
sibila-, queda justificado el apodo que se le atribuye: "el oscuro". Y
aunque cada frase es una sentencia, de acuerdo con la tradición gnómica, existe
en su obra -siempre que se han conservado fragmentos consecutivos- cierta
voluntad compositiva de conjunto que, en la época, resultó novedosa. Este modelo
fue imitado por Anaxágoras, Zenón, Meliso y Diógenes, los cuatro de un interés
relativo en cuanto al tema que tratamos.
Tenemos, por lo tanto, a un grupo de
pensadores que, sirviéndose de modelos clásicos, empieza a encaminarse, a modo
de esbozo o intento parcial, hacia el género propio de la filosofía: el tratado
en prosa. En ese conato de desligamiento aún se conservan algunas formas
propias de la composición poética que incrementan el valor literario de estos autores.
Con el tiempo y salvando el caso único de Platón y su forma dialogada, el
tratado en prosa se convertiría en la forma específica de la especulación
filosófica tal y como la conocemos hoy en día, y las distancias entre filosofía
y poesía se incrementarían salvo honrosas excepciones como De rerum natura de Lucrecio.
Víctor Balcells Matas
De Heráclito recomiendo la edición comentada de Agustín García Calvo "Razón común". Una delicia.
ResponderEliminarYo creo que la "naturalidad expresiva" no sólo es propia de un buen poeta, sino sobre todo de quien pretenda tener claridad de pensamiento. En cierta ocasión un estudioso se atrevió a decir que Parménides "no tiene facilidad de dicción", lo que equivale a afirmar que no tiene claridad de pensamiento, cosa del todo inconcebible en un gran pensador como él. Lo que pasa es que hay que distinguir entre el pensamiento íntimo y la manera en que su autor quiere expresarlo. Parménides no quiere expresarse de manera transparente y por eso emplea frases ambiguas o sorpresivas, para que sean leídas con la suficiente atención para que un lector atento y reflexivo capte su insinuante contenido.
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