Azar objetivo. Que de pronto coincida lo que uno desea con lo que el mundo le ofrece. Esta mañana he abierto el periódico y he encontrado un artículo firmado por Juan Goytisolo (Belleza sin ley, Babelia, 31-03-2012). De manera sucinta Goytisolo aborda una idea de Milan Kundera sobre las obras literarias: la del pequeño y el gran contexto. “El pequeño contexto, esto es, el de quienes mejor representan las características propias de una nación o una lengua pero sin aportar nada nuevo al árbol frondoso de la literatura (el del gran contexto)”. Según esta clasificación, existen obras que, por su particularidad provinciana carecen de interés fuera de las fronteras en las que han sido concebidas. Algún ejemplo: Martín Fierro, el poema gauchesco de José Hernández. Obra mayor en Argentina, menor en otras partes, no por falta de calidad, sino por falta de universalidad, según Goytisolo. Más cerca de nuestro tiempo: Sin noticias de Gurb, de Eduardo Mendoza. ¿Un extraterrestre disfrazado de Marta Sánchez? Sin comentarios.
Las obras asignables al gran contexto, en cambio, traspasan fronteras. En su artículo Goytisolo señala a los autores del boom latinoamericano como ejemplo. Cortázar, García Márquez, Fuentes, Cabrera Infante… “ya no escriben novelas argentinas, colombianas, mexicanas, cubanas […], sino propuestas innovadoras que debían tanto a sus lectores europeos y norteamericanos como a la obra germinal de Rulfo, Lezama Lima, Carpentier […]. Con ellos la lengua española recuperó su protagonismo en la creación novelesca, protagonismo que había perdido desde la muerte de Cervantes”.
Efectivamente, en las letras hispanas, sólo a partir de la década de los años cincuenta observamos una clara toma de conciencia generalizada sobre la necesidad de cambio en la concepción de la novela. Como es natural, ese cambio no es brusco y ya hay tímidos distanciamientos del criterio realista de la novela tradicional en los años 20, 30, 40 (Roberto Arlt, Miguel Ángel Asturias, Sábato, Onetti…). Dos puntos clave distinguirán a la así llamada Nueva Novela, gestada por los autores del boom: 1) una preocupación renovada por profundizar en la interioridad y en los problemas del hombre y 2) la adopción de técnicas narrativas ya utilizadas ampliamente en décadas anteriores en la novela europea y estadounidense.
La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes, escrita en 1961, es quizá una de las obras más representativas de la Nueva Novela, tanto a nivel argumental como técnico.
En ella se narran las últimas horas de agonía de Artemio Cruz. Industrial, político corrupto, hombre aprovechado, cruel y oportunista, nuevo rico forjado a golpe de engaños y subterfugios tras la “fallida” –en el sentido de no efectiva- revolución Mexicana. Un infarto intestinal lo deja fuera de combate a sus 71 años y nosotros, los lectores, lo encontramos ya en el lecho de muerte poco antes del colapso. En ese trámite o tránsito que dura apenas unas horas, Artemio Cruz rememorará los puntos clave de su vida, no a modo de expiación, sino como constatación de una grandeza que no se reconoce culpable. De modo que memoria es la palabra clave de esta obra. Por una parte asistimos a la reconstrucción de la memoria personal e intransferible de una vida particular, universal en cuanto a las pulsiones primeras (Amor, madurez, pérdida, traición etc…), y por otra parte asistimos al andamiaje de la memoria colectiva de un pueblo, el mexicano, en un conglomerado de referencias supeditadas a la narración que repasan la historia del país desde principios del siglo XIX hasta finales de los años 50. El pequeño contexto imbuido en el gran contexto. Difícil logro.
Pero no nos equivoquemos, esta no es una novela histórica, sino una obra dedicada a la reconstrucción de la interioridad de un personaje que se contextualiza en la realidad política y social circundante. Sólo en ese sentido Fuentes es un autor comprometido: “Nunca pude creer en la falsa disyuntiva entre el artepurismo y el arte soi dissant comprometido”, afirma en su ensayo Tiempo Mexicano (p.59).
Carlos Fuentes apoyado en una estantería |
Pero si algo destaca en este libro es la parte técnica, la solución constructiva que Fuentes adopta para narrar la historia de Artemio Cruz. No hay capítulos pero sí unidades narrativas que se dividen en tres niveles: Yo, Tú y Él. De manera circular la tríada Yo, Tú y Él se repite doce veces hasta la culminación de la obra.
Nivel del Yo: A través del monólogo interior habla Artemio Cruz desde la agonía. El estado físico del personaje delirante se adapta perfectamente a la técnica del monólogo interior, que ya defendió Virginia Woolf en su artículo Modern Fiction de 1919, publicado en The Times, señalándolo como una técnica interesante “for the moderns that, the point of interest, lies very likely in the dark places of psychology”. Artemio Cruz delira y, por lo tanto, no reflexiona de manera ordenada. Un ejemplo: en los primero compases de la novela el enfermo resume lo que será toda la obra en apenas un párrafo mediante la acumulación de frases sueltas. El sentido de estas sentencias será revelado mucho después. De la misma manera, casi todos los elementos y personajes clave de la novela aparecen en este nivel, pero sólo pueden contextualizarse mediante los otros niveles. Artemio no elabora, sino que arroja, escupe, y sin embargo en ese arrojar caótico ilumina de forma bastante clara su interioridad (the dark places of psychology). Para este caso concreto merece la pena rescatar las palabras de J.M. Castellet a la hora de definir el concepto de monólogo interior (en Las Técnicas de la Literatura sin Autor): “El monólogo interior entraña el abandono de la seguridad y del orden social-burgués, a los que sustituye por la inestabilidad y la soledad individuales”. Es esta precisamente la pugna del narrador, Artemio, cuando se ve sometido a los avatares de la muerte ya próxima, al expirar, al dejar atrás esa seguridad, ese orden social-burgués del que es estandarte.
Nivel del Tú: Aquí se utiliza la segunda persona del futuro singular para trabar una técnica conocida como “Monólogo autorreflexivo”: el tú no invoca al espectador, sino al propio narrador. Es Artemio, presuntamente, el que se dirige a sí mismo como si él no fuese sí mismo. Esta es una técnica en general poco utilizada (en la época el precursor fue M. Butor con La modificación, pero también Luís Martín-Santos o Juan Goytisolo, entre otros, la utilizaron de manera aislada) probablemente porque cansa al lector, resulta farragosa. Esta es una opinión estrictamente personal. Pienso en La Caída de Camus, donde se utiliza el “usted” no autorreflexivo y encuentro que, quizá, se trate de una cuestión de violencias para con el lector: una apelación directa puede violentar, aún siendo autorreflexiva, mucho más que un elegante y educado, por lo tanto conservador, “usted”. Abro el campo de debate. Efectivamente, estos fragmentos son los más cortos y tienen una función específica: mostrar las capas profundas de la mente del narrador. No hay mejor definición de este nivel que la que da el propio autor en el estudio crítico que ofrece la edición de Cátedra: “Hay un tercer elemento, subconsciente, especie de Virgilio que lo guía [a Artemio] por los doce círculos de su infierno, y que es la otra cara de su espejo, la otra mitad de Artemio Cruz: es el Tú que habla en futuro. Es el subconsciente que se aferra a un porvenir que el Yo –el viejo moribundo- no alcanzará a conocer”. Este es un nivel lúcido, en ocasiones incluso ensayístico. Como sabemos que Artemio morirá, no revelo nada si digo que la reflexión de las páginas finales, en torno al tránsito hacia la muerte, se desarrolla en este nivel, siendo sin duda uno de los pasajes más intensos que he leído en mucho tiempo.
Nivel del Él: Aquí encontramos un narrador tradicional en tercera persona, realista en el sentido decimonónico de la palabra (como saben los lectores asiduos de este blog, solemos utilizar el término de manera distinta, al modo romántico) y omnisciente. En este nivel se narran doce episodios clave –que podrían ser considerados incluso como perfectos relatos cerrados- de la vida de Artemio Cruz, aquellos momentos decisivos en los que la vida da un golpe de timón y deja atrás la enorme concatenación de tropismos que son las vidas que no escogimos vivir. Estamos acostumbrados a ello, pero resulta conveniente señalarlo: la construcción de un personaje en narrativa convencional suele cifrarse en lo que Zweig denominó felizmente “momentos estelares”. Pocas son las obras que se ocupan de los entretantos, del vacío de los días en los que no ocurre nada y que, en verdad, son casi todos los días de nuestras vidas (pienso en Proust y su En busca del tiempo perdido como intento, entre otros, de romper esta atomización). Por último, los doce episodios de la vida de Artemio Cruz no están ordenados de forma cronológica, decisión a mi juicio acertada: el personaje y su vida se construyen como un puzzle en el que cada revelación condiciona y compacta todas las demás.
Sin duda, el nivel formal de esta novela muestra las extraordinarias dotes de Carlos Fuentes como novelista. Estamos ante un escritor que no escribe sobre la marcha, sino bajo un plan elaborado, cosa que prefiero; un escultor, probablemente. Ante un escritor que se sirve de técnicas narrativas de vanguardia (para profundizar en este punto conviene visitar la introducción de la edición de Cátedra, antes citada, a cargo de J. C. González Boixo) para construir una trama y unos personajes modernos, problematizados y con fondo. Esta novela pertenece a aquella “vanguardia feliz” que mencionaba Vila-Matas al hablar de Pálido Fuego de Nabokov. Un estilo deslumbrante, lírico, de prosodia exacta, excesivo y fastuoso, cursi a veces, duro, incisivo, evocador; así podría seguir sucesivamente penetrando en lo gustoso de los apelativos. Pero me detengo. Lean este libro, merece la pena.
Víctor Balcells
Impresionante libro, Victor. Pocas veces se ha empleado tan bien un narrador en segunda persona, esa voz del "Tú" a la que haces referencia. Es mi novela favorita de todas las escritas por Carlos Fuentes, aunque también me encanta Aura, una novela corta muy recomendable. Felicidades a ti y a Iago por el blog. Un abrazo. J.Serena.
ResponderEliminarGracias por el comentario Javier. El pasaje en segunda de las "Chingadas" es genial, igual que el del tránsito. Este hombre tiene fuerza (a veces descontrolada) No he leído Aura: lo tendré en cuenta cuando vuelva a él -volveré a él-. Por cierto, esperamos pronto algún artículo escrito por ti. Un abrazo!
ResponderEliminarAhora que leo con calma esta reseña, en la que desglosas con tanto mimo la estructura, tan particular, y esos cambios de voz, de tiempo, tan difíciles que solo pueden significar o una maestría suprema o un cambio del mismo escritor, entiendo que te guste tanto.
ResponderEliminarHabrá que leerlo, temo.
Vale, me he leído toda la reseña. Novela para gramáticos erudíticos –no confundir erudítico, ilustradote, con sabio-. Esta es sólo –nada más, nada menos- que mi humilde opinión.
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